Cuentos

Cuento de la Libre y la Luna

Cuento de la libre y la luna

(A partir de los 9 años)


Hace varios miles de años, Buda, antes de ser Buda, nació en forma de liebre.

Vivía en un bosque que enfrente tenía una montaña, un río y un pueblo. En el mismo bosque vivían un mono, un chacal y una nutria.

 Los cuatro animales, buenos amigos y compañeros, durante el día cada uno de ellos cazaba y vivía a su propio modo, y por la noche, se reunían para charlar. A la liebre, como era, se le consideraba más sabia y por ello es que trataban. Ella les enseñaba, entre otras cosas, a utilizar el don de la generosidad y los exhortaba a seguir los buenos ejemplos.

 - Dad limosnas - les decía- , y observad los días de ayuno.

 Una de las veces que estaban reunidos, el futuro Buda miró al cielo para contemplar el grandioso firmamento y al mirar la luna se dio cuenta de que el día siguiente sería de ayuno.

-Mañana debemos ayunar - les dijo a sus amigos -. Y, como dar limosnas en ese día traegrandes recompensas, si alguien os suplica un presente, dadle una parte aun de vuestra propia comida.

-Así lo haremos, amiga liebre - le respondieron los otros animales yéndose cada cual a su guardia para pasar la noche.

 Al día siguiente la nutria se despertó muy temprano y se dirigó a las orillas del cercano río aa buscar alimento. Al llegar allí vio a un pescador que había cogido ssiete pescados rojos y los estaba ensartando en un sarmiento. Una vez hecho esto los enterró bajo la arena y continúo pescando a lo largo de la orilla del río.

 Naturalmente, la nutria se dio cuenta, por el olor, de d+ónde estaba enterrado el pescado y al ver lejos al pescador escarbó en la arena hasta dejar los peces al descubierto.

Luego, y por tres veces, gritó sin qeu nadie pudiera oírla:

 -Tiene dueño esto que está aquí?

 La astuta nutria esperó un rato, y como no recibiera ninguna respuesta, ni apareciese nadie a recogerlo, asió el sarmiento con los dientes y arrastró su presa hasta su madriguera. Sin embargo, al llegar allí, dejó los peces en un rincón sin atreverse a tocarlos, pues recordaba lo que la liebre había dicho y deseaba guardar los preceptos.

 -Los comeré cuando acabe el ayuno - pensó.

 También el mono se internó en el bosque en busca de comida. Cuando halló mangos que le parecieron a su gusto, arrancó un racimo del árbol y se lo llevó a su casa. Creyó igualmente que era su deber no tocarlos hasta que hubiera pasado el día de ayuno.

 - Aunque tengo hambre - pensó - la aplacaré a su debido tiempo.

 El chacal, por su parte, salió también a ve qué encontraba. Y andando, llegó a la cabaña de un guardabosques. Penetró con cautela en su interi0or, y buscando pro todas partes, halló un tarro de manteca agria, dos trozos de carne asada y un de iguana. El chacal, al igual que la nutria, antes de tocar las cosas, gritó pro tres veces.

 -Tiene dueño esto que está aquí?

 Y como no obtuviera contestación, se colgó el cordón que servía de asa del tarro alrededor del cuello, cogió la carne y la iguana con los dientes, y se lo llevó todo a su madriguera. Pero tampoco el chacal probó bocado. Se acordaba del día que era y quería guardar el ayuno.

 -Lo comeré a su debido tiempo- se dijo.

 La liebre no se movió de su guarida. Tenía el propósito de permanecer en ella hasta que pasara el día, para cumplir de esta forma el precepto divino.

 Y mientras yacía en el suelo descansando, le vino a la mente una idea: Que podría ofrecer si venía alguien a pedirle comida? No poseía nada. Nada?

 -Si alguien viene a pedir -se dijo con resolución- le daré mi propia carne.

 En su trono de mármol, Brahma se sintió conmovido por el ardoroso ímpetu con que aquella liebre ofrecía su sacrificio. Y, queriendo saber si era cierta y sincera su resolución, se disfrazó de bonzo y quiso poner a prueba por sí mismo la promesa de la liebre.

 Primeramente visitó a la nutria. Esta, al ver al monje sentado a la puerta de su casa, le preguntó:

-Qué haces aquí?

 -Si tuviera tan sólo un poco de comida- respondió el bonzo- podría guardar mis votos y cumplir mis deberes.

 -No te preocupes, yo te daré comida- contestó la nutria- Aquí tengo siete peces rojos que encontré enterrados esta mañana en las arenas del río.

 -Gracias, amiga - le replicó el monje-. Te estoy muy agradecido. Volveré por ellos más tarde. Mañana tal vez. Hoy tengo que cumplir el ayuno.

 Después de despedirse de la nutria, se fue a ve al mono y al chacal. Los dos animales al verle le ofrecieron su comida en cuanto hizo su petición. Sin embargo, también a ellos, les dijo lo mismo que a la nutria.

 Sin pérdida de tiempo se fue a ver a la liebre. Cuando ésta oyó las súplicas del monje, se puso muy contenta.

 -Has hecho bien en venir a mí para que te diera de comer - le dijo-,. Hoy, por se día de ayuno, me siento más generosa que otras veces, y te ofreceré algo que jamás di antes. Incluso con ello te ayudaré a mantener los preceptos de no hacer daño a ninguna criatura viviente.

 -Qué quieres decir?- replicó intrigado el bonzo.

 -Amigo mío- respondió la liebre-, ve ya haz un fuego en un claro del bosque. Cuando haya un buen lecho de brasas refulgentes, ven a buscarme. Saltaré entre ellas y te ofrendaré mi vida.

Y cuando veas que mi cuerpo está suficientemente asado, come de mi carne y cumple después con tus deberes de monje.

 Así se hizo. El sacerdote, con su mágico poder, encendió en seguido un montón e brillantes ascuas. Luego fue a visitar al futuro Buda, que se levantó rápidamente de su lecho de hierbas y le siguió hasta la hoguera.

 Antes de tirarse al fuego, sin embargo, se sacudió tres veces diciendo en voz alta:

 -¡Voy a perecer! Si algún insecto hay en mi piel, no tengo derecho a hacerle morir conmigo. Que se vaya si quiere.

 Acto seguido, esclava de su bondadosa liberalidad, se arrojó a las ardientes brasas con la misma delicia que una abeja se posa con el corazón de una flor para libar.

 Aquel fuego, sin embargo, no le llegó a chamuscar ni siquiera un pelo. Antes al contrario, al arrojarse en él, le pareció que se sumergía en un lecho de blandas y frescas nubes. Entonces miró extrañada al monje y dijo:

 -Quien eres tú? El fuego que encendiste está frío, que significa este prodigio?

 -Soy Brahma - respondió el monje-, y vine a poner a prueba tu promesa.

 A lo que replicó el futuro Buda con voz de trueno:

 -Señor, si todos los seres que habitan en el mundo trataran de poner a prueba mi prodigalidad, no descubrirían mi inclinación a dar.

 -Prudente y sabia eres, liebre - dijo Brahma -. Yo haré que tu virtud sea proclamada por todos los confines del mundo y aún más allá.

 Entonces cogió una enorme montaña, la estrujó entre sus poderosas manos, y del jugo que extrajo de ella dibujó una liebre en el disco de la luna.

 Después de hacer esto, ordenó a la liebre que se internara en lo más intrincado del bosque, e hizo crecer allí hierba adecuada para su alimento. A continuación se despidió de ella y partió hacia las celestiales mansiones.

 Y por guardar los preceptos, los cuatro animales de esta leyenda vivieron feliz y armoniosamente en aquellos parajes.

Hace varios miles de años, Buda, antes de ser Buda, nació en forma de liebre.

 Vivía en un bosque que enfrente tenía una montaña, un río y un pueblo. En el mismo bosque vivían un mono, un chacal y una nutria.

 Los cuatro animales, buenos amigos y compañeros, durante el día cada uno de ellos cazaba y vivía a su propio modo, y por la noche, se reunían para charlar. A la liebre, como era, se le consideraba más sabia y por ello es que trataban. Ella les enseñaba, entre otras cosas, a utilizar el don de la generosidad y los exhortaba a seguir los buenos ejemplos.

 - Dad limosnas - les decía- , y observad los días de ayuno.

 Una de las veces que estaban reunidos, el futuro Buda miró al cielo para contemplar el grandioso firmamento y al mirar la luna se dio cuenta de que el día siguiente sería de ayuno.

 -Mañana debemos ayunar - les dijo a sus amigos -. Y, como dar limosnas en ese día trae grandes recompensas, si alguien os suplica un presente, dadle una parte aun de vuestra propia comida.

 -Así lo haremos, amiga liebre - le respondieron los otros animales yéndose cada cual a su guardia para pasar la noche.

 Al día siguiente la nutria se despertó muy temprano y se dirigió a las orillas del cercano río a buscar alimento. Al llegar allí vio a un pescador que había cogido siete pescados rojos y los estaba ensartando en un sarmiento. Una vez hecho esto los enterró bajo la arena y continúo pescando a lo largo de la orilla del río.

Naturalmente, la nutria se dio cuenta, por el olor, de dónde estaba enterrado el pescado y al ver lejos al pescador escarbó en la arena hasta dejar los peces al descubierto.

Luego, y por tres veces, gritó sin que nadie pudiera oírla:

 -Tiene dueño esto que está aquí?

 La astuta nutria esperó un rato, y como no recibiera ninguna respuesta, ni apareciese nadie a recogerlo, asió el sarmiento con los dientes y arrastró su presa hasta su madriguera. Sin embargo, al llegar allí, dejó los peces en un rincón sin atreverse a tocarlos, pues recordaba lo que la liebre había dicho y estaba guardar los preceptos.

 -Los comeré cuando acabe el ayuno - pensó.

 También el mono se internó en el bosque en busca de comida. Cuando halló mangos que le parecieron a su gusto, arrancó un racimo del árbol y se lo llevó a su casa. Creyó igualmente que era su deber no tocarlos hasta que hubiera pasado el día de ayuno.

 - Aunque tengo hambre - pensó - la aplacaré a su debido tiempo.

 El chacal, por su parte, salió también a ve qué encontraba. Y andando, llegó a la cabaña de un guardabosques. Penetró con cautela en su interior, y buscando pro todas partes, halló un tarro de manteca agria, dos trozos de carne asada y un de iguana. El chacal, al igual que la nutria, antes de tocar las cosas, gritó pro tres veces.

 -Tiene dueño esto que está aquí?

  Y como no obtuviera contestación, se colgó el cordón que servía de asa del tarro alrededor del cuello, cogió la carne y la iguana con los dientes, y se lo llevó todo a su madriguera. Pero tampoco el chacal probó bocado. Se acordaba del día que era y quería guardar el ayuno.

 -Lo comeré a su debido tiempo- se dijo.

 La liebre no se movió de su guarida. Tenía el propósito de permanecer en ella hasta que pasara el día, para cumplir de esta forma el precepto divino.

 Y mientras yacía en el suelo descansando, le vino a la mente una idea: ¿Que podría ofrecer si venía alguien a pedirle comida? No poseía nada. ¿Nada?

 -Si alguien viene a pedir -se dijo con resolución- le daré mi propia carne.

 En su trono de mármol, Brahma se sintió conmovido por el ardoroso ímpetu con que aquella liebre ofrecía su sacrificio. Y, queriendo saber si era cierta y sincera su resolución, se disfrazó de bonzo y quiso poner a prueba por sí mismo la promesa de la liebre.

 Primeramente visitó a la nutria. Esta, al ver al monje sentado a la puerta de su casa, le preguntó:

 -Qué haces aquí?

 -Si tuviera tan sólo un poco de comida- respondió el bonzo- podría guardar mis votos y cumplir mis deberes.

 -No te preocupes, yo te daré comida- contestó la nutria- Aquí tengo siete peces rojos que encontré enterrados esta mañana en las arenas del río.

 -Gracias, amiga - le replicó el monje-. Te estoy muy agradecido. Volveré por ellos más tarde. Mañana tal vezl. Hoy tengo que cumplir el ayuno.

 Después de despedirse de la nutria, se fue a ve al mono y al chacal. Los dos animales al verle le ofrecieron su comida en cuanto hizo su petición. Sin embargo, también a ellos, les dijo lo mismo que a la nutria.

 Sin pérdida de tiempo se fue a ver a la liebre. Cuando ésta oyó las súplicas del monje, se puso muy contenta.

 -Has hecho bien en venir a mí para que te diera de comer - le dijo-,. Hoy, por se día de ayuno, me siento mas generosa que otras veces, y te ofreceré algo que jamás di antes. Incluso con ello te ayudaré a mantener los preceptos de no hacer daño a ninguna criatura viviente.

 -Que quieres decir?- replicó intrigado el bonzo.

 -Amigo mío- respondió la liebre-, ve ya haz un fuego en un claro del bosque. Cuando haya un buen lecho de brasas refulgentes, ven a buscarme. Saltaré entre ellas y te ofrendaré mi vida.

Y cuando veas que mi cuerpo está suficientemente asado, come de mi carne y cumple después con tus deberes de monje.

 Así se hizo. El sacerdote, con su mágico poder, encendió en seguido un montón e brillantes ascuas. Luego fue a visitar al futuro Buda, que se levantó rápidamente de su lecho de hierbas y le siguió hasta la hoguera.

 Antes de tirarse al fuego, sin embargo, se sacudió tres veces diciendo en voz alta:

 -¡Voy a perecer! Si algún insecto hay en mi piel, no tengo derecho a hacerle morir conmigo. Que se vaya si quiere.

 Acto seguido, esclava de su bondadosa liberalidad, se arrojó a las ardientes brasas con la misma delicia que una abeja se posa con el corazón de una flor para libar.

 Aquel fuego, sin embargo, no le llegó a chamuscar ni siquiera un pelo. Antes al contrario, al arrojarse en él, le pareció que se sumergía en un lecho de blandas y frescas nubes. Entonces miró extrañada al monje y dijo:

 -Quien eres tú? El fuego que encendiste está frío, ¿Que significa este prodigio?

 -Soy Brahma - respondió el monje-, y vine a poner a prueba tu promesa.

 A lo que replicó el futuro Buda con voz de trueno:

 -Señor, si todos los seres que habitan en el mundo trataran de poner a prueba mi prodigalidad, no descubrirían mi inclinación a dar.

 -Prudente y sabia eres, liebre - dijo Brahma -. Yo haré que tu virtud sea proclamada por todos los confines del mundo y aún más allá.

 Entonces cogió una enorme montaña, la estrujó entre sus poderosas manos, y del jugo que extrajo de ella dibujó una liebre en el disco de la luna.

 Después de hacer esto, ordenó a la liebre que se internara en lo más intrincado del bosque, e hizo crecer allí hierba adecuada para su alimento. A continuación se despidió de ella y partió hacia las celestiales mansiones.

 Y por guardar los preceptos, los cuatro animales de esta leyenda vivieron feliz y armoniosamente en aquellos parajes.

Acuarela Aliwen, Clase Patagua

Acuarela Aliwen, Clase Patagua

 

Referencia:

Mitos, leyendas, cuentos, fábulas, apologías y parábolas Antología I de Emilio Rojas.


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