Conferencias y textos

Los acontecimientos de la Semana Santa

LOS ACONTECIMIENTOS DE LA SEMANA SANTA. Emil Bock 

La última cena. Leonardo da Vinci

La Semana que precede a la Pascua es un singular tiempo de tensión no sólo en el sentido cristiano sino también en el transcurso natural de las estaciones del año. En el año cristiano abarca toda la plenitud del drama de la pasión tal y como se describe en la última parte del evangelio. En diversos ámbitos del cristianismo, la Semana Santa se conoce también como "semana grande" reconociendo así que aquellos que quieran vivenciar su grandiosidad pueden contar también con una Fiesta de Pascua plena.

El significado de la semana previa a la Pascua en la naturaleza lo encontramos en que en ella se cumple la luna llena de primavera. El invierno desaparece definitivamente; la nueva vida en la tierra va caminando hacia delante; con un poderoso tirón (arranque) se asientan los brotes y crecimientos de los jugos y fuerzas en el reino vegetal. En la lucha entre el día y la noche, el día vence y muestra su superioridad en el equinoccio primaveral. Y esta situación se reforzará el primer domingo después de la luna llena de primavera como un triunfo sobre la luz.

El contenido de los evangelios en la Semana Santa no se encuentra en armonía con la naturaleza primaveral. Al contrario: se encuentra en un contraste muy afilado. Solo al final de la Semana, a la salida del Sol de Pascua se transforma en un júbilo festivo acorde con el triunfo del milagro de la primavera. Pero el serio drama de la Semana Santa constituye la preparación para esa armonía. La primavera en la naturaleza aparece por sí sola. La primavera interior de la Fiesta de Pascua tiene que ser conquistada con la peregrinación por donde nos conducen las estaciones de la semana de Pasión. Los siete días que preceden a la Pascua se pueden comparar con las doce noches Santas de Navidad. Durante las doce noches Santas vividas con recogimiento en el entretejido invernal se dan la correcta preparación para los doce meses del nuevo año que comienza. Los siete días de la Semana Santa en los que se vive con una actividad interior el Drama Misterio de la Pasión, dan fuerzas nuevas para cualquier tipo de destino de futuro.

Los acontecimientos que tuvieron lugar hace 2000 años entre el domingo de Ramos y el domingo de Pascua fueron manifestaciones prototípicas del destino a través de las cuales los siete días de cada semana han concebido un nuevo sentido elevado y un luminoso cuño que configura el alma. Los días de la semana han llevado en sí, desde siempre, los distintos coloridos y sonidos de las siete esferas planetarias. Esto puede reconocerse en los nombres que estos días de la semana reciben en los idiomas europeos.

Durante aquella semana que precedió a la Pascua al final de la vida de Jesús, se imprimió, en cada uno de sus días la diferenciación cósmica de los pensamientos planetarios en el sentido cristiano. Los días de la Semana Santa han encontrado, sólo de forma incipiente, su contenido para el sentir del cristianismo. A lo más, el viernes de Pasión se ha entremezclado con la visión de la Cruz en el Gólgota y de ahí que, una parte del cristianismo haya señalado todos los viernes del año con la huella del ayuno. Para las regiones donde es normal el adorno con ramas de palmera el día de Domingo de Ramos, ha quedado unida una poderosa imagen: la entrada en Jerusalén. En realidad, cada uno de los siete días revela un nuevo secreto universal cósmico en la configuración histórico-humana.

Cuando Cristo entró en Jerusalén el Domingo de Ramos, el antiguo Sol todavía era rey en el cielo, pero recibió la despedida para que el nuevo Sol, el Sol de Pascua, pudiera emerger al domingo siguiente.

Cuando el lunes Cristo secó la higuera (maldijo la higuera) y limpió el templo en la ciudad Santa, el Cristo-Salvador se encaró (enfrentó) al principio lunar, a las fuerzas lunares del antiguo universo (mundo) que necesitaban una renovación.

Cuando el martes Cristo tuvo que mantener una disputa dialéctica con los adversarios que le iban entrando uno tras otro para tenderle una trampa; cuando tuvo que luchar con las armas de la palabra espiritual, y cuando por fin al atardecer, y como resonancia de aquella lucha, se retiró con sus discípulos al monte de los olivos para abrirles la visión profético-apocalíptica del futuro; entonces se impuso el cuño de Cristo al espíritu marciano.

El miércoles en la unción de Betania y la traición de Judas, mercurio encontró al Cristo-Sol.

Y cuando el jueves de Pasión Cristo lavó los pies a sus discípulos y repartió entre ellos la Santa Cena, entonces lució una prometedora luz futura de Júpiter en las afligidas y tristes almas.

El viernes Santo aconteció la más maravillosa elevación de aquello que en aquel entonces pudo significar para el hombre cuando sus pensamientos se dedicaban a la diosa del amor, Venus- Afrodita: Aconteció un acto de amor que fue el más grande que cualquier otro acto de amor posible. La muerte de Amor-Sacrificio del Gólgota fue la trasformación del principio venusiano a través del principio solar del Ser de Cristo.

Cuando Cristo descansaba en la sepultura, el Cristo-Sol tuvo un encuentro con el espíritu saturnal en el universo hasta que por fin el domingo surgió en el cielo la octava del Sol mismo, el Cristo-Sol que fue abriéndose paso con la lucha a través de todas estas etapas.

La totalidad del drama-misterio de la Semana Santa es grandioso sí mismo. Una composición oculta oscila en ella y se nos desvela en la medida en que vamos desarrollando el sentido para el valor de las etapas de los acontecimientos, en la vida de Jesús. Lo ocurrido durante los siete días que anteceden a la Pascua es una concisa recopilación de toda la vida de Cristo. Las mismas leyes prototípicas y etapas que se van manifestando a lo largo de la santa biografía de los tres años aparecen una vez más ante nosotros pero ahora con dramática verdad. Partiendo (o comparándolo) con la Semana de Pasión, se pueden reconocer los tres años de la vida de Cristo como una gran Pasión. La entrada en Jerusalén es una octava del bautismo en el Jordán, la entrada de Cristo en nuestra existencia terrenal se completa. Acontece una última acuñación del misterio de la encarnación que comenzó al principio de los tres años. Los acontecimientos del lunes, la maldición de la higuera y la limpieza del templo son las correspondencias con lo que, en los tres primeros evangelios se describe como las tentaciones de Cristo. Aquí Cristo vuelve a encontrarse una vez más con las antiguas fuerzas lunares del universo.

El no las puede necesitar, las aparta de sí, las echa a un lado y supera la tentación de servirse de ellas. No se trata de resultados externos, se trata de la culminación de su misión. Y cuando el martes la contienda dialéctica con los adversarios le golpea como con una conversación con los discípulos, se repite en un plano más elevado lo que sucedió cuando Jesús tuvo que desligarse de su patria y familia de sangre en Nazareth para dirigirse a su familia espiritual, el círculo de los discípulos. Su correspondencia la tiene en el sermón de la montaña, el Apocalipsis del monte de los olivos, donde sella la decisión de unirse a la familia espiritual. Los sucesos del miércoles, la unción en Betania y la traición de Judas corresponde con la tragedia de Juan el Bautista. Es la misma crisis, el mismo nudo. El lavatorio y la última Cena son la octava, la última repetición decisiva del misterio que ya una vez asomó en el milagro de la alimentación de los 5000 y en el caminar sobre las aguas. Lo que acontece el viernes santo no es otra cosa que la última elevación y culminación de la transfiguración en el monte. El entierro el sábado santo nos conduce a la zona de la decisión cósmica, lo que ha significado la decisión de salir hacia Judea, el dirigirse hacia el campo de batalla de la decisión. En el domingo de Pascua confluyen ambos círculos, el gran círculo de los tres años y el pequeño de los siete días.

La Semana Santa en su globalidad es, en la vida de Cristo la correspondencia con la irrupción del Sol que tiene lugar en la mañana del Domingo de Ramos. 

 

DOMINGO DE RAMOS

El primer día de la Semana Santa, Cristo entró en la ciudad santa. Se nos ofrece una imagen muy poco vistosa (insignificante). Le vemos subido a un asno atravesando las puertas de la ciudad seguido de sus fieles. Pero, como si él mismo fuera el dios de la primavera, con su entrada se produce de repente una embriaguez, un bramido en las almas de la multitud. Como si sobre los hombres apareciera algo del antiguo éxtasis solar de la fiesta pagana de la primavera: se enciende una chispa. Al arrancar de los árboles las ramas de palmera, la gente está recurriendo a costumbres antiguas, a la fiesta solar del comienzo de la primavera, tal y como se daba en los pueblos precristianos. La palmera siempre ha sido el símbolo del Sol, del Sol natural, ese sol que ahora, en el cielo primaveral, despliega una nueva fuerza.

Con símbolos solares la gente adorna el camino. ¿Es éste verdaderamente el amigo y señor del Sol, aquel que será el gran rey de la luz? ¿Acaso ha encontrado una resurrección la época de Melquíades, el gran iniciado solar? Parece como si Cristo entrara ahora verdaderamente en la humanidad. Durante tres años el espíritu solar ha vivido en un cuerpo humano y ha experimentado el destino humano y terrenal. Se ha mantenido retenido y en silencio. ¿Le está conduciendo ahora el destino directamente hacia una liberación llena de éxtasis y júbilo?

No, nos encontramos ante el comienzo de la semana más seria (más grave) de toda la historia de la humanidad. Los mismos hombres que ahora arrojan ramas de palmera y gritan "¡Hosanna!", dentro de unos días gritarán llenos de odio y fanatismo: "¡Crucifícalo, crucifícalo!" Junto al símbolo de la vida, la palmera, se reunirá el símbolo más grave de la muerte, la cruz del Gólgota. Cristo mismo ha conducido a ese cambio repentino. Camina en medio de la multitud que está en éxtasis, en silencio, porque ve que lo que allí está ocurriendo es solo superficial, y se dirige a otras capas más profundas, quiere algo muy diferente.

Desde un punto de vista humano se podría pensar: ¿porqué Jesús no se quedó en Galilea, en su patria, en esa época del año en donde el lago de Galilea se llena de colores primaverales? Si se hubiera quedado en Galilea, se habría quedado en la vida. De la misma manera nos podríamos preguntar: ¿Porqué no permaneció Cristo en la esfera celestial como un Dios que era, en el mundo espiritual? Dejó el cielo y se hizo hombre. Todo el sentido de su ser se cumple con esa renuncia. Al entrar en Jerusalén sabiendo que con ello estaba arrojando el "guante del desafío" se completó la entrada en el mundo terrenal.

Al comienzo de la Semana Santa acontece, en otro plano, lo que hace tres años significó el comienzo de su camino en la tierra. Así como entonces dejó el cielo, deja ahora la naturaleza paradisíaca de Galilea. En aquel entonces (n. del T.: se refiere todo el tiempo al bautizo en el Jordán) al dejar el cielo y descender a la tierra, los hombres no se percataron de lo que ocurría. Sólo Juan el Bautista, que aportó la ayuda sacerdotal para que fuera posible ese acontecimiento, apenas intuyó algo de lo que estaba pasando cuando Jesús de Nazaret se convirtió en el portador y recipiente del Cristo.

Ahora, el Domingo de Ramos, en esta hora enigmática, los hombres se dan cuenta de lo que está pasando. Los hombres se percatan de repente, como tocados por un rayo, que aquel que va encima de un asno no es sólo un hombre. Es como si el alma del pueblo se abriera paso para percibir el aura solar que resplandece en el semblante de Jesús de Nazaret. El ser divino de Cristo tuvo que reprimirse durante tres años, porque si no, los hombres habrían sido dominados por su fuerza divina. Pero ahora los frutos de ese tiempo en que ha estado reteniendo y sacrificando lo divino para bajar hasta lo humano se transforman en una poderosa resolución de voluntad. Primero irradia lo divino en él. Luego lo humano arde en un fuego divino y las chispas de ese fuego volitivo es lo que enciende una llama en la multitud. Aparece una embriaguez de la Pascua primaveral sobre el pueblo, pero esa percepción se convierte solo en algo político.

Cristo sabe que introduce algo en la ciudad Santa (la ciudad Santa era la quintaesencia de toda la evolución de la humanidad precristiana): algo completamente diferente a todo lo demás, incluso diferente a lo más maravilloso que pudiera traer la madre naturaleza. Se trata de una semilla de fuego que transformará el mundo completamente. La naturaleza de la tierra en la que Cristo se sumergió con el acontecimiento del Jordán sólo puede llevarle a la muerte. La ciudad que clama "Hosanna" sólo puede conducirle en última instancia a la Cruz.

Cristo quiere entrar en otras capas más profundas. EI Sol natural "externo" en el cielo nos regala muchas maravillas cuando sale por la mañana y hace nacer el día, pero el Sol externo, este antiguo Sol, que solo tiene una relación con el hombre como un Sol natural, desaparece cada noche. Se retrae cuando pasa el verano y empieza a llegar el otoño e invierno. El Sol natural viene, pero se vuelve a ir cada vez, lo mismo que la vida natural que viene y luego se va. A la alegría de la infancia le sigue el dolor de la muerte. Todos hemos de morir en algún momento.

Domingo de Ramos es el día del antiguo Sol. Domingo de Pascua será el día del nuevo Sol, del Sol espiritual. El que no desaparece, el que permanece. Es más fácil encontrarlo en la oscuridad de un destino difícil, en la necesidad, en la enfermedad y en la muerte que en la sugestión de la alegría y despreocupación infantil que arrastran al hombre. Cristo entra en la antigua Jerusalén. Esto es Domingo de Ramos. Pero lleva la nueva Jerusalén al mundo moribundo (al mundo de los muertos). El no sigue a las flores primaverales del Sol externo. ¿Por qué? Porque quiere plantar el nuevo Sol en lo más íntimo de la Tierra y de la humanidad. El nuevo Sol que es constante, omnipresente y fiel. Este es el campo que conduce desde Domingo de Ramos, hasta Domingo de Pascua; del antiguo al nuevo Sol.  

En la historia de la entrada a Jerusalén, vemos un entusiasmo lleno de éxtasis pero desnudo como consecuencia de que el hombre sólo sigue en la naturaleza. Está bien sentir alegría y entusiasmo cuando la primavera nos penetra, cuando estamos con niños, cuando encontramos el milagro de la juventud y del amor. Cierto, no queremos prescindir de ese entusiasmo ante la naturaleza. Sólo tenemos que saber y reconocer que nos va a suponer un peligro si lo único que guardamos y conservamos para nuestra propia vida es esto. El mero entusiasmo natural surge, en realidad, de la mera corporeidad humana. Arde y llamea hacia el espíritu sólo de forma momentánea. El verdadero entusiasmo (que no es el que se vuelca en el grito de "crucifícalo" después de haber gritado "hosanna"), ése verdadero entusiasmo no se forma de abajo hacia arriba sino de arriba hacia abajo, cuando lo espiritual echa raíces en lo humano, cuando la chispa de lo espiritual se hace terrenal y se encarna.  

LUNES SANTO

Cierto lugar tranquilo de las andanzas de Cristo aún hoy está cubierto de Misterio. Está en el camino que hacían cada mañana y cada tarde de la semana santa Jesús y sus discípulos, bien al dejar en la tarde la ciudad de Betania, o al retornar a Jerusalem por la mañana. Cruzando la cima del Monte de los Olivos viniendo desde Jerusalem, y lentamente descendiendo a la parte del valle, desde las profundidades del desierto de Judea, centellea el espejo subterrenal del Mar Muerto. Cruzando este paraje, uno llega a un lugar rodeado por grandes muros. Este lugar se encuentra a medio camino entre el Monte de los Olivos y Betania. Negros cipreses se elevan por encima de estos muros señalando al cielo como solemnes guías. En el tiempo de Jesús se encontraba aquí un pequeño establecimiento, Bethphage, "La Casa de las Higueras". Esta villa no era como cualquier otra. Un grupo de personas llevaban allí una vida en comunidad, unidos por un especial lazo espiritual. Las simples cabañas en las que probablemente moraban, estaban rodeadas por grupos de higueras que daban, por esta razón, el nombre al lugar. Sin embargo, esas higueras, no eran meros árboles frutales, sino que, para la gente que vivía allí, eran sagradas, símbolos visibles de su especial entrenamiento espiritual.

Eran personas que buscaban preservar en su círculo un Misterio espiritual del pasado; el mismo Misterio que surge en la historia de Natanael. El grupo de Betlefagé cultivaba la visión suprasensible llamada "estar sentado debajo de la higuera". Se la alcanzaba por medio de ejercicios meditativos, sostenidos en parte por posturas corporales.

En las tempranas horas del Domingo de Ramos Jesús mandó a Pedro y a Juan que trajeran de cierto lugar un asno y su cría. Este lugar era Bethphage. Así como allí había árboles que eran considerados sagrados, así también estos animales lo eran. A los asnos no se les tenía como bestias de carga; ellos también simbolizaban un Misterio. Aún permanecía la memoria del mago Baalam que fue llamado desde Babilonia para maldecir a los israelitas e impedirles entrar en la Tierra Prometida. (A Baalam se le describe en el Antiguo Testamento montado sobre un asno). Era sabido que esta frase tenía un significado oculto: se refería a un concreto estado del alma. Fue realmente en una somnolencia, alejado de la consciencia, que el mago de Babilonia comenzó a hablar. Baalam habló bajo una especie de posesión espiritual, no desde su consciencia humana, personalmente alerta. Los animales sagrados de Bethphage significaban que la visión suprasensible allí cultivada era sonámbula y ligada al cuerpo físico. En los tiempos modernos el asno aparece en los cuentos como la representaci6n imaginativa del cuerpo físico humano.

 

La cría del asno, sobre la cual Cristo entró montado en la Ciudad Santa el Domingo de Ramos, pertenece a la esfera de la memoria asociada con Bethphage. Pero mientras El entraba intrépidamente en la ciudad, montado en el animal sagrado, no ocurrió una repetición de la condición de Baalam de "montar sobre el asno", porque era el gentío quien contemplándole cayó en éxtasis, fuera de la consciencia ordinaria. Era como si el lenguaje de Baalam asiera a la gente cuando gritaba: "Hosanna" al que iba montado sobre el pollino.

Cuando el día daba paso a la tarde, Jesús fue a descansar a Betania con sus discípulos, como también lo hizo en los días siguientes. Por la noche el eco del éxtasis popular con sus "Hosannas" resonó en sus almas. Y cuando a la mañana siguiente pasaron por Bethphage de camino a Jerusalem, ni Él ni sus discípulos permanecieron inmutables por lo que había tenido lugar. Había algo profundamente serio en el semblante de Jesús, algo inexorable. Luego vino el enigmático acercamiento a la higuera. Los discípulos se sorprendieron porque Jesús parecía esperar recoger unos higos, cuando aún no era el tiempo, y ellos le escucharon decir las extrañas y ásperas palabras "De aquí en adelante y para siempre ningún hombre comerá de la higuera". Tal vez ellos barruntaban que algo más significativo que una declaración sobre la higuera y sus frutos yacía en estas palabras. Pero las escamas no cayeron de sus ojos en aquel momento.

Ahora en Jerusalem los discípulos pasaron un día con Cristo, en el que se sucedieron muchas escenas dramáticas. Mientras su Maestro permanecía de pie en el umbral del recinto del Templo, el caos hizo su aparición. En cada lugar surgía pánico y terror; las mesas eran volteadas, el dinero rodaba por el suelo. Era el reverso del júbilo extático del día anterior.

Después volvieron a pasar la noche en Betania, y a la mañana siguiente Jesús y sus discípulos llegaron a Bethphage al amanecer. Allí la visión del árbol marchito repentinamente les reconfortó, y los discípulos pidieron a Jesús que lo explicara. No era un tosco milagro, como si Jesús, a través de la cólera de sus palabras de poder hubiese privado a una criatura de su existencia. ¡Cómo podía El haber destruido un árbol perteneciente a la gente que amablemente le prestaban el asno y el pollino! No, ello era un acto espiritual, que representaba un importante momento del Misterio de la Semana Santa.

La señal de la batalla decisiva ya había sido dada por la resurrección de Lázaro. Pero fue en el Domingo de Ramos que el Ser de Cristo se reveló íntegramente, y fue esto lo que agitó el alma de los hombres. Pero este momento también tenía su significado simplemente humano. Jesús, como la demás gente devota, fue al Templo para la oración y el sacrificio en preparación de la Pascua. Pero el presagio de la gran decisión le embargaba. Las cosas no podían ya transcurrir sin dolor, como hasta entonces. Cristo vio que el mero entusiasmo de la gente era superficial y carente de verdad, pero aun El no estaba dispuesto a repulsarlo. El que no pudiera reprobar directamente a la gente, se mostró al día siguiente en una escena similar ante el Templo. Esta vez son los niños quienes gritan "Hosanna". Cuando Sus enemigos le preguntan maliciosamente; "¿Escuchas lo que esos dicen?" Él les contestó: "Si, ¿Nunca leísteis en la Escritura: "de la boca de los niños y lactantes te llega una oración perfecta ?"

La noche en Betania había caído y había un cierto contraste con la disposición de ánimo del Domingo de Ramos. El se acercó a la higuera de Bethphage y deseó mostrar a los discípulos cuán poco valor debía de asignarse al Hosanna del día anterior. Todo ello representaba los frutos de la antigua visión clarividente, dada por naturaleza y ligada al cuerpo físico. Las palabras con las que se dirigió a la higuera, eran como un desafío a todos los dominios de la antigua visión estática. Aquí se tomó una postura lapidaria monumental en la historia de la humanidad.

Jesús rechazó los "Hosannas" de la gente, y El mismo llevó a cabo la transición desde este momento que cambia su grito a: "Crucifícale" Él cobró ánimo ante la ceguera espiritual por la que la gente fanáticamente exigirá su muerte. La humanidad debe actuar por medio de la consciencia que conduce a la libertad, aun cuando ello signifique tragedia; aún si los hombres en su ceguera espiritual le clavan en la cruz.

Cuando los Discípulos vieron la higuera de Bethphage nuevamente por la mañana del Martes, el desencantamiento ha obrado en ella. Vieron marchito el árbol al que antes se había tratado con tanta veneración. Recibieron la enseñanza de Jesús como un preludio a lo que escucharán de Él por la tarde en el Monte de los Olivos. Entonces son llevados a comprender que algún día existirá una nueva "Visión" para la humanidad, y que la "fe" será el germen de ésta. Jesús dijo a sus discípulos: "si tenéis fe como un grano de mostaza, nada os será imposible. Diréis a esta montaña: ¡muévete de este sitio a aquel! Y ella se moverá. Ante vosotros no habrá impedimentos” La montaña del mundo de los sentidos que obstruye vuestra vista, desaparecerá. A través de la petrificada existencia terrestre veréis la verdadera naturaleza de las cosas permeada por los pensamientos divinos. El poder de la fe llegará a madurar en el corazón humano el ojo de la nueva visión. El Sermón de la Montaña habla de esto: "Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios". Pero entre la antigua visión lunar, ya caduca, y la nueva visión solar del corazón, se encuentra un tiempo de oscuridad, de ceguera ante el Espíritu. Y en este estado de ceguera espiritual de los hombres, Cristo será crucificado.

En el Lunes de la Semana Santa, Cristo rechazó una tentación. El mismo se habría unido con las fuerzas de la antigua clarividencia y podía haber hallado el reconocimiento público. La gente no sólo había gritado "Hosanna"; también le habrían coronado como Rey. Pero se hizo una declaración final: Cristo NO se unirá con las antiguas fuerzas. Su aspiración es que la humanidad encuentre el camino al despertar y a la libertad. No es carencia de amor la maldición que él lanzó a las higueras de aquellos que le prestaron el asno y su pollino. Actuó enteramente desde la naturaleza de su propio ser. Él es el Sol; y cuando el Sol se levanta, la Luna necesariamente empalidece. Así las fuerzas lunares de la antigua visión se marchitaron.

Cristo apareció ante el Templo. Muchos cientos de peregrinos se habían reunido alrededor del Templo comprando y vendiendo, comerciando y contratando. En el Templo mismo prevalecía una actividad febril. El sacrificio de animales era necesario para la fiesta, el cordero pascual debía ser matado. Esto era una fuente de negocios, porque los animales tenían que ser comprados antes de ser sacrificados. El viejo Anás, el notorio avaro de la historia mundial, sabía cómo sacar beneficios, había hecho una gran fortuna gracias a este mercado. Ha sido el gran artífice del compromiso político con los romanos que fue la base de los negocios del Templo. Los peregrinos tenían que cambiar su moneda local en el lugar oficial de cambio que se encontraba en el Templo. Era moneda romana. Así el Templo incluía también una actividad de mercado romano en el cambio de moneda. Los oficiales fiscales romanos habían sido admitidos al Templo aunque eran representantes del culto al César.

Cuando Cristo entró en escena. vino a cumplir con la costumbre de la fiesta. El fuego de su ardor surtió su efecto. Para Él no había necesidad de decir mucho. La gente inmediatamente fue embargada por el pánico. El terror les golpeó; comprendiendo la decadencia en la que habían caído. Algo similar tuvo lugar en la fiesta de la Pascua tres años antes. En este tiempo el terrorífico efecto vino de la naturaleza divina de Cristo, a pesar de la consciente reserva que aún ejerció Jesús. La divinidad estaba en ese momento enteramente transformada en humanidad; la voluntad llegó a ser más intensa, y tenía el derecho de rasgar la máscara de decadencia del Templo.

El Sol de Cristo brilló, y el brillo de la luna cayó en la colina lunar del monte Moriah. Los espectros de la noche huyeron del Sol. En lugar de la magnificencia del Templo apareció una simple habitación en el monte Sión. Allí será sembrada en la última Cena, la semilla de un nuevo ritual y una nueva adoración, un sacramento solar. La religión lunar de la antigüedad será reemplazada en la noche del lunes al martes, cuando en la colina solar del monte Sión, Cristo dará pan y vino a sus discípulos. 

MARTES SANTO

Temprano, por la mañana, Jesús entró en la ciudad con sus discípulos una vez más. Las olas de la aclamación y el entusiasmo habían desaparecido hacía tiempo. Jesús estaba envuelto en la tensión de su futura decisión, pero será obediente con la Ley hasta el último momento y cumplirá la sagrada costumbre de la preparación de la Pascua. Tenía el sentimiento de que Él mismo es el Sacrificio que será ofrecido. El odio de la gente surgía hacia El como llamas que consumarán el Sacrificio. Día a día la poderosa sensación de su presencia espiritual en la ciudad iba aumentando. Y día a día apareció más majestuosamente dispuesto en su semblante y ademanes.

Cuando llegó el día de Marte, el conflicto iba a estallar. El gentío estaba silencioso, sus líderes estaban llenos de miedo, de pavor, y su temor era la raíz de la ira que les llevaba a atacar. Cada grupo hostil envió a sus asaltantes para que disfrazaran el ataque con querella verbal. Uno tras otro le acosaron con astutas preguntas; lo que en otra circunstancia sería un golpe en la cara o una puñalada, tomó la forma de preguntas.

Primeramente se acercaron los miembros del Sanedrín; los Grandes Sacerdotes, Escribas y ancianos. Preguntaron a Jesús qué autoridad tiene para obrar y fue requerido para legalizarse a sí mismo. Entonces llegaron los otros, los fariseos y los herodianos y le hicieron la insidiosa pregunta: "¿Es lícito dar tributo al César?" A éstos les siguieron los saduceos. Pidieron la opinión de Jesús acerca de la resurrección de los muertos. Finalmente llegó un “independiente” con la intención de descubrirle ante toda la gente con ésta pregunta: ¿Qué mandamiento Él considera el más importante de todos?

Estos ataques que marcaron la irrupción de las hostilidades son las más claras pruebas de cuán claramente es sentida la augusta majestad de Cristo. Como los perros que ladran y muerden cuando están asustados, así estas ostensibles preguntas, que son realmente flechas de odio, son manifestaciones del miedo. Al surgir el Sol tiemblan los Poderes de la Oscuridad.

Jesús contestó a cada una de las cuatro preguntas. Sin embargo, no estuvo satisfecho con parar los golpes que se le dirigían. Acepta la batalla, pero lucha con las armas del Espíritu. Utiliza poderosas imágenes. Durante los tres años anteriores habló a la gente con palabras poéticas, y a los Discípulos en parábolas de profundos Misterios. Ahora el respondía a sus oponentes con parábolas de lucha. Les contó la parábola de los agricultores, a los que había sido confiada una viña, y cómo después rehusaron rendir la cosecha, mandando el propietario mensajeros, y finalmente a su propio hijo. Esta parábola fue el último esfuerzo por alcanzar el alma de sus enemigos, quienes quizá todavía podrían ser estremecidos y llevados al conocimiento de sí mismos.

La siguiente fue la parábola de la fiesta de las Bodas Reales. Los invitados son llamados a la boda, y todos ellos se excusan. Entonces la invitación pasa a extraños, a gente que aparentemente no tendría ocasión de acudir. Porque los "legítimos" buscadores han llegado a ser hipócritas, finalmente Dios convoca a la gente que uno no daría crédito como buscadores de lo divino. Esta fue una directa acometida contra sus oponentes, que son los privilegiados del Templo según la tradición antigua. Pero cuando se describe la condena de aquellos que no llevan ningún vestido de bodas, se pone ante toda la humanidad un severo espejo. La parábola de la fiesta de las Bodas del Rey, pronunciada el Martes, es la más fuerte acometida de la Semana de la Pasión, dirigida en última instancia a todos los hombres. Entonces Cristo va aún más allá y pregunta a sus oponentes: ¿De quién es hijo el Mesías? Ellos contestaron: El es hijo de David. Cristo citó las palabras del salmo 110, bien conocidas por ellos, para mostrar que David señala al Mesías como su Señor. Y preguntó: ¿Cómo puede llamar David a Cristo su Señor, cuando parece que es su hijo? Cristo expone la piedad superficial de sus interrogadores pues solo se fijan en lo terreno. El primer paso hacia la relación con lo Divino, es ver que el Mesías es Hijo de Dios y no hijo de hombre. Cristo se les mostró en un momento en que deberían reconocerle, pero no Le reconocieron. Así llega a la cuarta oposición.

Estas son las nueve lamentaciones, la denuncia hacia los fariseos es seguida por el lamento sobre Jerusalem, así como la condena de que el mundo será destruido. Al principio de su obra, en el círculo de confianza de sus discípulos, Jesús pronunció una vez las nueve Bienaventuranzas del Sermón de la Montaña, los nueve ideales del espíritu humano. Ahora cerrando su camino terrenal declaró las nueve sombras que se oponen a las nueve luces anteriores. Las denuncias son un combativo desenmascaramiento de aquellos que son enemigos de Dios, así como las Bienaventuranzas eran una revelación de las nueve formas en que el hombre se relaciona con Dios. En las lamentaciones sobre Jerusalem está el reverso de la promesa de la "Ciudad situada en la Colina", que en el Sermón de la Montaña hace referencia por vez primera a la descripción de la Jerusalem celestial. Mientras el día comenzaba a declinar, Jesús con sus discípulos dejó la ciudad, como era su costumbre. Subió al monte de Gethsemaní dejando atrás el valle de Cedrón, y entró en el jardín que fue el escenario de las más íntimas enseñanzas.

Pero no continuó hacia Bethphage y Betania. En la cima del Monte de los Olivos, donde una maravillosa paz les rodeaba, El descansó con sus discípulos, aún invadido por el conflicto que había sostenido todo el día. Comenzó a hablar a sus discípulos por última vez al aire libre, y las palabras con que les instruyó no eran menos poderosas que aquellas con las que había hablado a sus oponentes. Los valerosos hechos que su alma llevó a cabo durante el día presentaban un eco ante los dioses. Cristo pudo hacer revelaciones a sus discípulos como nunca antes lo había hecho. Lo que Él manifiestó en esa noche, algunas veces conocido como el "Pequeño Apocalipsis", abre vastos horizontes hacia el futuro.

Así ocurre siempre en la vida. Si los hechos reales han madurado durante el día, la tarde y la noche convocan un eco celestial. Los resultados del día no yacen únicamente en lo que ha sido llevado a cabo directamente. Cuando las actividades del día han llamado a las puertas del mundo espiritual, entonces, al caer la noche, las puertas del mundo espiritual se abren. La genuina fuerza interior empleada durante el día se encuentra con la respuesta espiritual.

A lo largo de todo el día los discípulos han estado con Cristo cerca del Templo. Él les ha mostrado que todo ello está conducido a la destrucción. La destrucción de Jerusalem y del Templo era una necesidad espiritual, y si el ejército romano no hubiera llevado a cabo esto cuatro décadas después, habría sido otra la vía en que se hubiera hecho. Mientras la visión de la caída del Templo surge ante los Discípulos, una gran catástrofe cósmica parece brillar a través de ella. Es la caída de todo el mundo la que Cristo pone ante sus almas. La división, manifiesta todos los días, entre los oponentes hostiles y el pequeño grupo de servidores, llega a ser bastante translúcida. La historia no traerá menos que una gran división de la humanidad entre algunos que tenderán hacia lo divino, y otros en contra de ello. Lo que germina silenciosamente en el pequeño grupo, busca la unión con lo divino, llevando en si mismos el futuro del Mundo.

Jesús continuó el discurso Apocalíptico, y ofreció a sus discípulos las parábolas más íntimas que podía darles: las dos parábolas de la Segunda Venida. Él ya había hablado del Hijo del Hombre viniendo "de las nubes del cielo", mientras en todo lo que le circunda está la furia de la tormenta universal. Había señalado al futuro donde una nueva revelación de Cristo debe abrirse por si misma un camino entre los huracanes de destrucción. Ahora, en las dos parábolas de las Diez vírgenes y los talentos, muestra a los discípulos que la gente debe prepararse a sí misma para el retorno de Cristo. Algún día llegará el novio, el esposo del alma. Algún día aquél que al marchar confió los talentos a sus sirvientes, vendrá de nuevo a pedir cuentas. Abajo en el templo los "ayes", sonando como anti-bienaventuranzas; el día terminó con otro Sermón en la Montaña aún más sublime. Con este final y las íntimas enseñanzas, Cristo fortaleció a los discípulos, equipándolos de valor para milenios. Las parábolas de la Segunda Venida, y en particular la visión de la división de la humanidad en ovejas y corderos, serán provisión para el camino de los discípulos para muchas encarnaciones.

Las palabras del Martes de la semana santa, tomadas en conjunto, son una maravillosa revelación de cada batalla de la Luz contra las Tinieblas, cada batalla de los discípulos cristianos en contra con los enemigos de Cristo. La declaración de Goethe de que la historia del mundo no es más que una continuación de la lucha entre los que creen contra las que no creen, toca la verdad que es presentada con todo detalle durante el Martes de la semana santa. Toda la oposición hacia Cristo y la hostilidad hacia el Espíritu tiene sus raíces en la incredulidad, en debilidades y temores profundamente ocultos. Ser discípulo de Cristo exige coraje y fuerza. La batalla no es necesariamente la lucha de un grupo de hombres contra otro. Esta batalla la debemos llevar a nuestro interior. En cada alma humana el temor y el coraje, la oposición a Cristo y el discipulado por Cristo, están mezclados. Las combativas palabras dirigidas en contra de los oponentes de Cristo hacen manifiesto el temor que siempre ha estado enraizado en los enemigos del Espíritu.

MIÉRCOLES SANTO

"La Semana de la Tranquilidad", como a la Semana Santa se la ha llamado en algunos idiomas, no es realmente tranquila hasta pasada la mitad del Miércoles. Desde el Domingo de Ramos, la ciudad está en un estado de estremecimiento, el Lunes las mesas de los vendedores y los cambistas son volteadas en el Templo. El Martes la contienda fue el conflicto espiritual entre Cristo y sus oponentes. No es hasta la última parte de la Semana cuando la calma desciende.

El Miércoles, día de Mercurio, es un punto de vuelta. El elemento mercurial, elemento de movimiento vivo, se presenta como la transición de la agitación de los primeros días de la "Semana de la Quietud", a aquellos en los que la consumación de la vida de Cristo va entrando en la quietud. En la tarde del Miércoles tiene lugar una escena, que aunque había ocurrido más veces, su significado especial trasciende en este día central de la Semana. Cristo ha pasado del tumulto de la ciudad a la quietud de la aldea de Betania. Más allá del Monte de los Olivos se encuentra en el círculo de aquellos con los que está estrechamente vinculado. Se ha preparado, al igual que otras noches, una comida para Él. Pero ahora es como si un cierto resplandor cayese sobre toda la escena, anticipando luminosamente la Cena que se celebrará el próximo día. Un presentimiento de la Ultima Cena ronda al grupo que está situado a la mesa. La aldea de Betania, tranquila ahora, ha sido poco antes el escenario de la resurrección de Lázaro , el suceso que dio la señal para la batalla. Lázaro es uno de aquellos que se reúnen alrededor de la mesa el Jueves Santo, y como sabemos, es él a quien el Evangelio describe como descansando en el corazón de Jesús en la Ultima Cena. En ésta, es él quien está más cerca de Cristo en ambas formas, exterior e interiormente.

A María Magdalena se la recuerda como habiendo ungido los pies de Cristo con un costoso perfume de nardo y habiéndolos secado con sus cabellos. El Evangelio de San Juan dice que toda la casa se llenó con el aroma de este perfume. María Magdalena había llevado a cabo previamente, un año y medio antes, un acto similar. Había experimentado la liberación y la redención a través de su encuentro con El Cristo, y para mostrar su rebosante gratitud, ella tal y como describe el Evangelio de Lucas, ungió los pies de Cristo y los secó con sus cabellos. El Evangelio de San Juan, en las palabras introductorias del despertar de Lázaro, se refiere a una escena anterior (11,2). A María Magdalena se la describe en este Evangelio, el de San Lucas, como una "gran pecadora" , y es posible, de acuerdo con la tradición antigua que ella fuese una prostituta, poseída por los demonios, en el mundano balneario de Tiberias, cerca de su casa de Magdala. ¿Pero qué significado tiene la unción de los pies de Cristo, que ella lleva a cabo?... Este es el modelo y el símbolo de un Acto Sacramental. Así, cuando otros declaran sus extravagantes hechos, y llegan a indignarse, Cristo puede aceptar lo que esta mujer realiza como un Sacramento de Muerte, como el cumplimiento, la ejecución de la última unción. Con ocasión de la anterior unción, Él había dicho: "Guardad la calma, porque ella ha amado mucho, mucho le será perdonado". Y uno puede sentir como María desde entonces ha sido capaz de transmutar en devoción religiosa y capacidad de sacrificio las fuerzas naturales del amor terreno que le llevaron a errar recorriendo falsos senderos.

Después, la solemne quietud es rota repentínamente por una figura que forma un completo contraste con María Magdalena. Es uno de los Apóstoles quien, al ver el acto de María, pierde los estribos. Este es Judas. Él dice que la gran cantidad de dinero empleado en la compra del perfume podía haber sido dada a los pobres, y así muchas necesidades podían haber sido cubiertas. Sin embargo, el Evangelio de San Juan señala francamente que sus motivos verdaderos no son lo que él aparenta. Abiertamente el Evangelio le describe como un ladrón. Muy bien puede ser que la ira que Judas sintió ante el acto de María Magdalena le diese el ímpetu final para el hecho de su traición. Había esperado en tensa expectación que Jesús se desvelase públicamente y que entonces sucedería inevitablemente un milagro político. En su febril impaciencia, tiene la impresión de que Jesús está malgastando su tiempo; y finalmente, en Betania, su impaciencia se desborda. En esos momentos de incontrolada irritación va en busca de aquellos que están al acecho de Cristo. El segundo evento crucial del Miércoles es la traición de Judas. Judas y María Magdalena son típicas personas mercuriales; son activas y temperamentales. Una de las virtudes de su naturaleza es que nunca caen en el tedio, nunca están ociosos, algo siempre está ocurriendo alrededor de ellos. María Magdalena, sin embargo, subyuga su inquietud y la transforma en devoción paz y capacidad de amor. Uno puede ver desde la narración del Evangelio que la verdadera devoción es al final conseguida desde un alma activa, un alma en la cual la paz no es mera inmovilidad , sino movilidad redimida, interiorizada. María Magdalena se ha visto lanzada en grandes tempestades, y ha soportado siniestras experiencias; pero ahora un intenso poder de devoción surge desde todo lo que anteriormente fue oscuridad y caos. Esta intensidad la elevará después sobre los otros seres humanos: a ella le es concedido ser la primera en encontrar y contemplar a Cristo Resucitado.

Judas es el modelo de hombre inquieto y debe estar exteriormente siempre activo. En aquel momento, él pretende querer algo para los pobres. Sin embargo, la loable actividad social y el bien a menudo encubren decepciones personales. El motivo subyacente no es siempre un genuino impulso social, sino la propia falta de quietud interior. Mucha gente sería muy infeliz si estuviese obligada a no hacer nada durante un tiempo. Entonces nos daríamos cuenta que su fervor social no surge en verdad de una actividad interior, sino de una camuflada no reconocida debilidad. Este tipo de alma mercurial encuentra en Judas un oscuro destino. Su inquietud surge desde un profundo escondido temor, y le conduce a traicionar a Jesucristo. Tal alma no puede mostrar devoción, y sobre todo, no puede amar. Una persona inquieta no es capaz de amor real, porque el amor sólo es posible cuando el alma ya ha encontrado la fuerza de la paz. Así en estos dos personajes, María Magdalena y Judas, quedan separados dos caminos, como en una encrucijada. Uno conduce a la cercanía a Cristo; el otro a la noche oscura, a la tragedia del suicidio.

Marta, la otra hermana de Lázaro, representa como una transición entre Judas y María Magdalena. El Evangelio de San Lucas cuenta en su principio la historia de Marta y María, y esto tiene un propósito. Marta es la que constantemente está activa, y no puede vivir sin emprender algún servicio. Uno no puede negar la naturaleza genuina de su devoción, pero tampoco puede quedar ciego ante el hecho de que la intranquilidad corporal de la que fue sanada, ha permanecido ahora en su alma. María, quien escucha con devoción, es descrita como aquella que ha elegido la parte mejor.

Las figuras que toman parte en esas escenas del Miércoles muestran la encrucijada que debemos encarar antes de que podamos esperar ser admitidos en la esfera del Jueves Santo. Son caminos separados ante el Misterio del Sacramento. Judas es el hombre sin ritual que llega a desbordarse y perder su propio control cuando entra en la esfera del verdadero ceremonial del culto.

María Magdalena es el alma sacramental. En la noche siguiente, cuando el círculo de los discípulos va a estar unido en el Sacramento como bajo una gran cúpula, se hará aparente quién esté próximo a María y quién a Judas.

Mercurio, quien para el mundo greco-romano fue Dios Sanador y también Dios de los comerciantes y ladrones, entra ahora en la órbita del Cristo Solar. La escena en Betania, en la casa de Lázaro y de sus hermanas, muestra como Mercurio, el Dios Sanador, puede sanado por el Sol de Cristo.

 JUEVES SANTO

En la noche del Jueves desciende una santa quietud, y todo el clamor de la primera parte de la Semana pasa al silencio. Durante el día los ruidos del gentío en las calles, los tratos de negocios y el bullicio de los miles de peregrinos de la Pascua, han llegado a lo mas alto. Entonces, un momento antes, el profundo rojo del Sol se ha sumergido en poniente. Contempladas por el disco de plata de la Luna llena, las trompetas suenan desde el Templo y dan la señal del comienzo del día de la preparación. En la víspera de la Pascua, fieles a la Antigua promesa, se hacen los preparativos para el Sábado, que comienza la noche siguiente, cuando en cada casa la gente se reúne alrededor de la mesa para comer el Cordero Pascual en el círculo de sus familiares. Las calles están vacías y sobre ellas cae un silencio opresivo. LLega el toque de queda de la noche de Pascua, cuando el Ángel destructor, se encuentra afuera como hace mucho tiempo cuando estuvo en Egipto.

Jesús y sus Discípulos también se retiran a la habitación en la que van a celebrar la Pascua. La quietud de esta habitación es mayor, porque la Providencia les ha traído no a una casa privada, sino a la morada de la Orden de los Esenios. El Cenáculo que la Hermandad de los Esenios ha puesto al servicio de Jesús y sus Discípulos para la víspera de la Pascua, está en un lugar sagrado. Aquí, en el Monte Sion, un santuario de la Humanidad ha existido desde tiempos inmemoriales. Inmediatamente opuesto a la casa, se encuentra también en un lugar tradicional la casa de Caifás, el hogar ancestral de la Orden de los Saduceos. Un grupo de personas se han reunido allí para celebrar la Pascua. Pero éstas, apenas pueden dedicar algún pensamiento a la Fiesta venidera.

Por un tiempo la batalla debía cesar; el transcurso de la hora sagrada tenía que ser respetado. Y así los propios enemigos de Jesús dan la orden: "Buscarle y arrestarle, pero no en la Fiesta". En la habitación donde Jesús está reunido con sus discípulos se cumplen las palabras del Salmo 23: "Tu preparaste una mesa para mí en presencia de mis enemigos".

En la mesa del Cenáculo el Cordero Pascual asume un nuevo significado. En la mesa está sentado Aquel del que Juan Bautista pudo decir: "He aquí, el Cordero de Dios, que quita el pecado del Mundo”. En ningún lugar en esta hora, ni nunca antes, ni después, había estado el Cordero Pascual tan cerca de Aquel del cual Él era imagen. Durante miles de años la comida del Cordero Pascual fue una costumbre profética, y ahora el Cumplimiento de la Profecía está cerca. El Apóstol Pablo, después, podrá decir: "Porque nuestra Pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros". En el Cenáculo se encuentran la Profecía y el Cumplimiento. Un fuerte presagio llena la habitación; separación y tragedia flotan en el aire. La Muerte Sacrificial de Cristo lanza su sombra, y la consciencia de los Discípulos tiene una dura prueba que soportar.

La antigua tradición del Sacrificio de Sangre tiene su símbolo en el Cordero Pascual sobre la mesa. La magia de la sangre, manifiesta en todos los sacrificios de sangre pre-cristianos, tiene un activo poder. Se creía que la sangre de animales puros, vertida en el Sacrificio, era capaz de transportar el alma de las gentes, menos unidas con el cuerpo, a estados de éxtasis. Las Fuerzas Divinas del otro mundo podían ser reflejadas en la condición humana. Pero ahora en el Cenáculo del Monte Sión, el antiguo Sacrificio pierde para siempre su significado. El Ser Divino Mismo ha entrado en este Mundo; así el antiguo Sacrificio de Sangre ha llegado a ser superfluo. El Poder que anteriormente fue buscado y traído desde otros mundos, se encuentra ahora presente y llega a unirse inseparablemente con este Mundo. El Cordero Pascual deja de tener aquellas fuerzas mágicas, porque en la existencia terrestre está siendo formada una semilla de las Fuerzas Celestiales. El Cordero llega a ser la imagen pura del Sacrificio del Amor Divino. 

Sin embargo, sobre la mesa de la Santa Cena, se encuentran también el pan y el vino. Y cuando ya se ha observado la antigua costumbre de la Cena Pascual, Cristo toma, ante la sorpresa de sus discípulos, estas otras representaciones de comida y bebida, y añade lo Nuevo a lo que ordena el Antiguo Testamento. Es un nuevo e inesperado hecho el que Cristo de a sus Discípulos pan y vino diciendo: "Tomadlo, esto es mi cuerpo, esta es mi sangre". Sin embargo, estos símbolos no están en la mesa por accidente. Con Su acto, Cristo llega a iluminar algo que siempre ha existido. Exteriormente los Sacrificios de sangre fueron realizados en el Templo ante la presencia del pueblo, pero en los ocultos santuarios esotéricos de los Misterios Solares había sido siempre preservado el secreto del pan y del vino como símbolos del Dios Solar. En el mismo lugar donde ahora el grupo estaba reunido en la Ultima Cena, estuvo el santuario de Melquisedech, desde donde tomó pan y vino y los llevó al valle de Cedrón para administrárselos a Abraham.

Pero ahora el pan y el vino llegan a ser más que símbolos. El Espíritu Divino del Sol está presente en Cristo, y mientras El reparte el pan, puede decir: " Este es MI cuerpo", y acercando a los discípulos el cáliz: "Esta es MI sangre". Su alma se entrega a sí misma derramándose hacia el pan y el vino. En el crepúsculo de la habitación, el pan y el vino son envueltos con una brillante Aura Solar Ya pues llegaron a ser Cuerpo y Sangre del Alma de Cristo, Cuerpo y Sangre del Espíritu Solar. Todos los Misterios Solares de la antigüedad, no fueron sino profecías que en estos momentos llegan a su cumplimiento. En la transición de la ofrenda de sangre en el pasado y la ofrenda del pan y del vino, toda la idea del sacrificio cambia. Los antiguos sacrificios fueron siempre ofrendas materiales.

Ahora se funda el sacrificio del alma, y allí comienza la verdadera tradición del Sacrificio Interior. Comienza el Sacrificio Solar del Cristianismo mientras que los sacrificios lunares de la antigüedad llegan a su fin. El Cristianismo , la verdadera Religión Solar, tiene su aurora en esta hora nocturna. Por la representación de los significativos actos antes y después de la Cena, Cristo lleva a la manifestación cuatro escalones del Magno Suceso, anticipando las cuatro partes del Sacramento Central cristiano que de ahí en adelante será continuamente celebrado. Antes de la cena , siguiendo la costumbre observada en la Orden de los Esenios, lava los píes de cada uno de los Discípulos, incluso los de Judas. Una profunda y conmovedora imagen, insondable en todo su significado. Cristo se entrega completamente en fervoroso amor, sobre el cual Su muerte pronto pondrá el sello. Después de la Cena, otro acto ceremonial es observado por Cristo, esta vez de acuerdo con la costumbre seguida en todos los hogares judíos en esta hora. Cuando la cena de Pascua termina, el cabeza de familia comienza a recitar del Haggada, la historia del pueblo desde los tiempos antiguos, expuesta en forma legendaria. También Cristo termina la Cena con un Discurso. Este es recordado y reunido por San Juan en el maravilloso "Discurso de Despedida ", culminando en la gran Oración Sacerdotal.

Cuatro etapas han pasado: el Lavatorio de pies, la ingestión del Cordero Pascual, la Ofrenda del Pan y del Vino, y el Discurso de Despedida. El Lavatorio de pies reúne en una imagen las enseñanzas de Jesús a sus discípulos: "Un nuevo mandamiento os doy, que os améis los unos a los otros". El Lavatorio de pies es como si fuera la última de las parábolas llevada a cabo, no solamente hablada. Enseña que el Amor es el propósito fundamental del Evangelio de Cristo. La comida del Cordero Pascual corresponde en la Lectura del Servicio de la Comunión al estadio del Ofertorio, que sigue a la Lectura del Evangelio. La imagen del ofertorio emerge: Cristo, el Cordero Pascual que al día siguiente morirá por la humanidad en la Cruz. Luego viene la tercera Etapa: Cristo da a los discípulos el Pan y el Vino. Porque la primera parte de la transubstanciación es consumada, formando la tercera parte del Sacramento, después de la lectura del Evangelio y del Ofertorio. Ahora la Luz Espiritual ilumina la substancia terrenal. En el Discurso de Despedida, la cuarta Etapa, Cristo da a sus discípulos las más íntimas revelaciones sobre Su Propio Ser. Estas Palabras son Cuerpo y Sangre de Cristo en un nivel aún más excelso que el del pan y vino. El Alma de Cristo se da a sí misma al alma de los discípulos, que están únicamente capacitados para recibirla como en un sueño. Sólo Juan, que yace en el pecho de Jesús y escucha el hablar del corazón de Cristo, es capaz de preservar en su Evangelio un reflejo de este momento para la humanidad.

Cristo, de quien procede la corriente del Amor Cósmico, habla al mismo tiempo como el Espíritu de la Sabiduría. Es como si Júpiter, el Dios de la Sabiduría, hubiese aparecido en una nueva forma entre los hombres. La reunión de la sagrada mesa redonda se llega a romper dramáticamente. Es una estricta regla de la Pascua, que en esta noche nadie puede dejar el albergue de la casa. Si lo hace, se encuentra con el Ángel Exterminador. Las calles permanecían vacías. A pesar de ello, en cierto momento, alguien sale sin entretenerse, después de haber recibido el trozo de pan de la mano de Jesús. El Evangelio de San Juan añade: "Era de noche". También era de noche en el interior de Judas. En ese momento Satanás entró en él. Judas va a la casa de enfrente, donde Caifás y su grupo están guardando la Pascua, están dispuestos y ansiosos por el negocio que Judas les viene a proponer.

El alma de Judas se desploma ante el Misterio del Sacramento. En la noche anterior, mientras la disposición de ánimo de Sacramento se despliega en la casa de Betania, el ya se encuentra cogido por el Demonio de la Intranquilidad. En el Cenáculo se ha encontrado con la Substancia del Sacramento. Únicamente la paz interior le permitiría abrirse a la bendición de la paz mediante el Sacramento, pero él no la acoge. Así, aquello que podría dispensarle paz, sirve para lanzarle a la máxima agitación, la agitación final, en donde Ahriman desplaza a su yo y le posee. Luego, una vez más se rompe la celebración de la Pascua. Jesús se levanta de la mesa y hace señas a los sorprendidos discípulos. Estos le siguen al exterior, en la noche, donde la luz de la luna se ha extinguido por un momento porque está sucediendo un eclipse. Comienza a sentirse que el frío helado del invierno da paso a la primavera, mientras Jesús se dirige con sus discípulos a Gethsemaní.

Los dos hechos de la salida nocturna simbolizan eventos interiores. La salida de Judas muestra que su propia verdad le ha abandonado, afuera el encuentra realmente al Ángel de la Muerte. Espíritus Ahrimánicos hacen de él su peón. La salida de Jesús es una imagen de la libre entrega del alma que ha sido desde el principio portadora cósmica del sacrificio. Mientras Judas sale, el Evangelio dice: "Era de noche", y el alma de Judas es también amortajada en la noche. Cuando Cristo sale, uno podrá decir: "Era de día". Un tenue resplandor dorado se mezcló con la fría noche mientras Cristo bajó con sus discípulos por el mismo sendero, que fue trazado por Melquisedech 2000 años antes, llevando el pan y el vino. Un Sol brilló en medio de la noche cuando Cristo luchó con el Ángel Exterminador en la colina de Gethsemaní. El aura brillante que la gente vio irradiando desde el Ser de Cristo en el Domingo de Ramos, ha sido retraída ahora a niveles mucho más profundos. Aunque nadie lo percibe todavía, el mundo recibe una Nueva Gloria en esta Noche Sagrada, que es más una víspera del Domingo de Resurrección que víspera del Viernes Santo. En un otro Jueves, en el día de la Ascensión, seis semanas después, la Semilla de Luz, cuyo crecimiento comenzó en el Cenáculo, tenderá a derramarse sobre toda la Tierra con poder Cósmico.

VIERNES SANTO

Conforme la "Semana Tranquila" va sumergiéndose en la quietud, también aparece cambiada la actitud de Jesús. Ya no se evidencia aquella lucha llameante. Cuando entre la media noche y el amanecer el grupo de soldados apresan a Aquel al que Judas besa, El no se les opone. Es más, El se opone a Pedro quien quiere pelear por El. Después es apresado por manos rudas y llevado penosamente por la ciudad desde un extremo a otro. Ayuda a aquellos que le flagelan y le golpean en la cara. Los testigos de la tragedia quedan profundamente estremecidos mientras El, a quien la fuerza física ha abandonado, es obligado a llevar la pesada cruz, y es clavado en ella sin ninguna piedad por sus verdugos. ¿Qué ha ocurrido con la fuerza llameante que ardía en El en los primeros días de la semana? ¿Ha abandonado la batalla contra la ceguera y la perversidad de los hombres? No, la batalla que fue llevada a cabo a el nivel humano los días previos, es ahora trasladada a una esfera más alta, y así toma ahora dimensiones más poderosas.

Cristo no lucha ahora contra la carne y contra la sangre, sino contra los invisibles poderes demoníacos de cuya tiranía librará a los hombres. Lucha contra los poderes luciféricos, los brillantes seres de engañosa luz, que quieren sustraer al hombre de la Tierra, y también contra los poderes ahrimánicos, que quieren endurecer y encadenar al hombre a la materia muerta. Mientras Cristo parece dejar caer las armas, lo que realmente hace es seguir los poderes satánicos a sus lugares ocultos con el fin de subyugarles. El poder que Ahrimán tiene sobre el hombre se muestra más triunfalmente cuando se le aproxima como la figura de la Muerte. En la evolución humana, hasta "la vuelta de los tiempos", la Muerte que anteriormente ha sido una amiga del hombre, ha tomado más y más los rasgos de Ahrimán. El Poder de la oscuridad sabía como aprovechar el destino humano de la mortandad para utilizarlo como su arma más aguda. El poder de la Muerte no implica sólo el que nosotros debamos morir; sino que llega a ser realmente manifiesto sólo después de morir.

Cuando dejamos atrás nuestro cuerpo terrenal, es cuando experimentamos si podemos mantener aún una conexión con lo que sucede en la Tierra entre aquellos con los que estamos relacionados. Aquí se encuentra el poder real de la Muerte, que nos arranca de las cosas terrenales y nos lanza, sin posibilidad de retorno, al exilio de la vida en el "Otro Mundo". El Poder Ahrimánico de la muerte utiliza la Tierra para mofarse del hombre. Durante la vida terrenal le hace toda clase de promesas, él le ata al mundo de la materia y le hace toda clase de promesas de cumplimiento terrestre, promesas que no son cumplidas después de morir. Sólo aquellas personas que hayan conseguido una firme base en la vida Terrestre de la realidad Espíritu, pueden después de la muerte permanecer unidos, y ser útiles a aquellos que aún continúan su vida en la Tierra. Después de la muerte tendremos sólo el poder espiritual que hayamos conquistado en la Tierra.

Cuando en el Jueves Santo Cristo ofrece la Sagrada Cena a sus Discípulos en la paz del Cenáculo, parece no haber conflicto alguno. Incluso se manifiesta una maravillosa victoria del Espíritu sobre la materia muerta cuando Cristo toma en sus manos la substancia terrenal del pan y del vino y la hace luminosa a través de la Fuerza Solar de Su Corazón. Arrebata esta substancia terrenal de los Poderes de la Oscuridad y la hace el cuerpo y la sangre de Su Ser de Luz.

Como en repetidas ocasiones durante su vida da alma a los elementos terrestres, de modo que estos llegan a irradiar, El tiene todo el poder para hacerlo también después de la muerte. En Gethsemaní la lucha contra de los Poderes de la Muerte entra en una fase decisiva. En la tranquila arboleda del Monte de los Olivos, donde Cristo tan a menudo había impartido a sus discípulos las enseñanzas más íntimas, ahora resiste en extrema soledad el más peligroso ataque del enemigo. De la Comunidad que había establecido en el Cenáculo, ni los más devotos pueden ayudarle ni socorrerle. La consciencia de sus discípulos no ha crecido, no se ha despertado hacia la grandeza de este momento. Judas les ha dejado en la noche de la traición, pero también los otros abandonan a su Maestro absorvidos en el crepúsculo de su sueño en Gethsemaní; y más tarde Pedro le llega a negar. No es con la debilidad interior ni el temor a la muerte con lo que Cristo tiene que luchar en Gethsemaní. Se tergiversa toda la Pasión de Cristo, si se piensa que Jesús oraba en Gethsemaní pidiendo que la muerte le fuese evitada. No era temor a la muerte, porque la muerte misma ya le invadía. Era en contra de la Muerte prematura que el tenía que batallar, la cual pretendía arrebatarle el cuerpo antes de que su obra fuese consumada enteramente . La Muerte, ambiciosa de no perder su poder sobre El, aparece ante El para asirle. El Ángel Exterminador quería poseerle. El secreto de aquel conflicto yace en el hecho de que la Muerte quería ser más lista que Jesús. Quería arrebatarle su terrenal vehículo demasiado pronto, antes de que lo hubiese llenado y transformado cabalmente con Su Espíritu.

Durante tres años el fuego de la Yoidad Divina ardía en el cuerpo y el alma de Jesús. El vaso humano - desde el interior hacia fuera - ha sido ya casi enteramente consumado, convertido en cenizas. Lo que aún ha de ser padecido y completado, exige todavía tanta fuerza de esta envoltura terrestre que existía un grave peligro de que la Muerte lo pudiera vencer, sobreviniendo prematuramente. Ahriman está al acecho para aprovechar ese momento. Lucas, el médico, describe con precisas palabras lo que sucede, cuando dice: "Y estando en agonía, El oró mas fervorosamente". En realidad, la batalla mortal ya había llegado. Cuando San Lucas añade: "Y su sudor era como si grandes gotas de sangre cayesen a la Tierra", (el habla de los síntomas exactos de aquella agonía de muerte). Pero Cristo sale victorioso y la Muerte es rechazada. Con el gran poder de la fuerza de la Oración, desde siempre conocido en la Tierra, Él se resiste y se reafirma para permanecer en el cuerpo. Son un último eco de esta lucha las palabras que luego, desde la Cruz, parecen también revelar una debilidad: "Tengo sed". Incluso inmediatamente antes de expirar su alma, permanece fiel a la Tierra. No es su voluntad pasar simplemente al mundo Espiritual a través de la muerte, sino permanecer unido a la Tierra al pasar su Umbral y esta será su Victoria sobre la Muerte. Lucha para entrar aún más profundamente en el mundo material de la Tierra por medio de su cuerpo físico. Pero queda aún un resto en el que Él tiene que realizar su enalmación; tampoco a éste lo quiere abandonar al Príncipe de este Mundo, quien había empezado a considerarlo como su reino material, como posesión suya para siempre.

Luego el drama retorna nuevamente a escenas de condiciones humanas. En la mañana del Viernes Santo Cristo se confronta con toda la Humanidad, representada por las figuras de Caifás, Pilatos y Herodes. Después el camino conduce al Gólgota. Los clavos son hincados por los soldados en las manos y los pies de Cristo, y parece como si El permitiese pasivamente que todo sucediera sin manifestar ninguna resistencia. El hecho, es que para entonces, a través de la medicina del más amargo dolor, su ser interior consigue conquistar el esencial dominio del espíritu sobre la materia, y así la Muerte ya no puede reclamarle. Los Poderes Ahrimánicos comprenden esto, furiosos de no haber podido lograr su cometido. Cuando el Sol se oscurece de repente en las bochornosas horas del mediodia del Viernes Santo, es como si el Daimon del Sol estuviera manifestando su rebeldía en contra del Dios del Sol. Y cuando la Tierra es sacudida por el terremoto, todos los demonios de la Tierra parecen estallar en cólera, en desesperada complicidad con Satán por el poder de éste sobre la muerte. El Anticristo mueve los elementos terrenales y aún las fuerzas de los Cielos. Sin embargo, la muerte no puede despojar en nada la soberani´a del Espíritu de Cristo, ni Su Autoridad sobre toda la existencia terrestre. Esto está de acuerdo con Su Propia Voluntad de que los Poderes Cósmicos se alcen en la Hora del Gólgota, pues El había dicho a los soldados en Gethsemaní: "Esta es vuestra hora, y la del Poder de la Oscuridad". (Lucas 22,23) En medio de esta Oscuridad en el Gólgota, fué hecho manifiesto un Misterio que sólo debe ser mencionado con gran reserva. El cuerpo que colgaba de la Cruz empezó a irradiar Luz. En muchos condados de Europa, en el campo o al borde del camino, uno puede encontrar crucifijos con una figura luminosa en una cruz de madera negra. Un importante secreto del Viernes Santo vive allí en la cándida sabiduría del folklore. Un misterioso brillo Solar irrumpe a través de la Noche del Mediodía y muestra El Sol de Cristo, conforme el Sol exterior se oscurece. En la Oscuridad del Viernes Santo se entreteje ya un rayo de la Pascua de Resurrección.

La última de las siete palabras desde la cruz: "Está consumado" no hace referencia a los Sucesos que han tenido que ser superados, sino a la completa Victoria sobre el poder de la Muerte, que ha sido lograda. Al hombre cualquiera, la Muerte le arrojaba al destierro en el otro mundo después de ser burlado durante su vida con su poder terrenal en la materia; pero Cristo al morir, se relaciona directa y enteramente con la Tierra. La sangre mana de sus heridas, su alma va con ella hacia el cuerpo de la Tierra. Cuando la sangre mana de un hombre muerto, el cuerpo y el alma toman diferentes caminos; aquí, en Cristo, el alma acompaña a la sangre (...). Cuando un cuerpo humano abandonado por el alma es puesto en el sepulcro, el cuerpo y el alma toman caminos diferentes. El alma de Cristo sigue el mismo camino, va hacia la Tierra. Este es el gran Sacrificio Cósmico de Amor que Cristo lleva a cabo para toda la Existencia Terrenal porque la muerte ya no puede obstruirla. La Tierra recibe el cuerpo y la sangre de Cristo, la gran Comunión, y con ello la medicina para espiritualizar la existencia material.

NOTA

Como complemento al Viernes Santo se adjunta el breve relato relativo a las últimas palabras de Cristo, extraído del libro del Dr. Friedrich Benesch referente a la Pascua de Resurrección.

“Al mismo tiempo, al lenguaje tácito del cuadro del crucifijo se suman las palabras humanas pronunciadas en forma tan sencilla. Entretejidas en el Evangelio de San Juan hay siete frases que comienzan con las palabras "Yo soy", por las cuales se manifiesta Cristo como Hijo solar. Distribuidas en los cuatro Evangelios hay siete frases por las cuales se manifiesta en la cruz el alma de Jesús — metamorfosis de las palabras divinas de Cristo en palabras humanas de Jesús, formando una composición misteriosa. Es como si una coreografía del Yo se hubiera trasmutado en una coreografía del alma. Esto se reconoce al contemplar a quién se refieren las palabras. Los siete "Yo soy" del Evangelio de San Juan se dirigen cual siete manifestaciones solares auténticas al mundo entero, mientras que las siete frases en la cruz se refieren respectivamente y en forma concreta a seres humanos, a la muerte propia, al Padre celestial, al propio cuerpo y a la propia misión terrenal.

La primera es dirigida a los hombres encargados de "celebrar el acto" de la ejecución: "Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen", palabras de amor, henchidas de perdón, proceden del Padre a través del Hijo hacia los hombres. Esta frase está dirigida a los esbirros, en San Lucas 23:34.

La segunda frase, dirigida al ladrón crucificado al lado de Jesús; "En verdad te digo, que hoy estarás conmigo en el paraíso". Palabras de amor, henchidas de consolación, van del hombre, a través del Hijo, al espíritu, al mundo espiritual y dirigidas al ladrón, San Lucas 23:43.

La tercera se dirige a los seres humanos más próximos: "Mujer, he aquí tu hijo." "He aquí tu madre." Palabras de amor y de unión humana fluyen del hombre a través del Hijo hacia el hombre. Frase dirigida a María y a San Juan, en el Evangelio de San Juan 19:26 a 27.

Luego la frase dirigida al Padre: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu", palabras de amor henchidas de conformidad con la voluntad de Dios, que van de la muerte a través del Hijo hacia el Padre. Dirigida al Padre, San Lucas 23:46.

No falta tampoco la frase que se refiere al propio cuerpo: "Tengo sed." Jesús recibe el vinagre —la hiél— y lo bebe. Lo agrio y lo amargo ayudan a retener hasta el último momento el alma en el cuerpo, del mismo modo como lo han logrado hacer los dolores físicos durante el día entero. Palabras de amor van del Hijo hacia el cuerpo y la sangre. ¡Cuan lejos están ahora las primeras vivencias a través del cuerpo luego del bautizo en el Jordán y los cuarenta días de ayuno, cuando sentía hambre y se le presentaron los adversarios tentadores! San Juan 19:28 a 29 (los Evangelios sinópticos sin mencionarla, describen cómo se da de beber a Jesús, San Mateo 27:48; San Marcos 15:36; San Lucas 23:36).

Y por último, la mirada panorámica final. Todo lo que se había proyectado desde el principio, y que en su perfección divina-humana se había vivido, enseñado, sanado y sufrido: "Cumplido está", palabras de amor que implican y comprehenden el consumar de todo el hecho de vida y muerte: del Yo a la misión, de la misión al Yo. Las palabras "Está cumplido", sólo en San Juan 19:30. San Mateo 27:50 y San Marcos 15:37 se contentan mencionándolo indirectamente: "Jesús, dando un gran grito, expiró".

Ahora, la frase realmente enigmática que Jesús profesó en la cruz es la séptima. El estudio detenido de los Evangelios nos revela que se encuentra justamente en el centro entre las otras frases: "Dios mío, Dios mío ¿porqué me has abandonado?". No aparece en San Lucas o en San Juan, la encontramos en San Mateo 27:46 y San Marcos 15:34 con la indicación: "a la hora de nona". Dos cosas llaman de inmediato la atención: los Evangelios, escritos en griego, citan las palabras en hebreo, mejor dicho en arameo, pero en letras griegas: "Eli, eli, lama sabacta-ni". Y, segundo: las personas presentes las interpretan en el acto: "Ved cómo llama a Elías" (San Mateo 27:47; San Marcos 15:35). La impresión directa que se impone es que esta interpretación representa un malentendido humano, típico de los abismales malentendidos anteriores y posteriores en relación con el Cristo Jesús. Porque es evidente que no llamó a Elías, sino que profesó una palabra que describe claramente el morir y la muerte misma y la vivencia personal de ella. Los hombres en trance de muerte, morimos con muy diferentes grados de conciencia del proceso. Aquello que experimentamos al presenciar la muerte desde afuera, lo experimenta el moribundo desde adentro, pero de tal manera que, o bien pasa a la otra vida con una conciencia reducida, o bien es cegado por la luz del exceso de conciencia que surge cuando la vida abandona el cuerpo físico, o, logra contemplar desde adentro, despierto, sereno y consciente, el proceso de separación entre las fuerzas vitales y la materia física del cuerpo. Es lícito suponer que este último grado de conciencia desprendida y depurada, Jesús lo tuvo en toda su plenitud, tanto antes como durante y después del momento de morir en el Gólgota, y que su alma estaba completamente consciente de todos los procesos físicos, anímicos y espirituales del acto de morir. La palabra "Eli", que se repite, no se refiere en absoluto a Elias, y ciertos manuscritos la escriben también "Eloi".

SÁBADO DE GLORIA

El cuerpo de Cristo ha sido depositado en la tumba perteneciente a José de Arimatea. La pesadez saturnina pesa en el aire realizándose el significado del día de Saturno, que los seguidores del Antiguo Testamento observan como un estricto mandato de reposo, afín a la muerte. Este es el Sábado de todos los Sábados. Es como si un guerrero se hubiese metido en una caverna para enfrentarse a un dragón. ¿Volverá victorioso a la luz del día?

 

En la oscuridad del mediodia del día anterior, cuando Cristo en la cruz inclinaba su cabeza y expiraba, el velo del Templo se rasgó en dos. Se abrieron perspectivas en el interior del Mundo y se formaron imágenes arquetípicas en el crepúsculo saturnino. La Mesa y la Cruz resumen los eventos de los dos últimos días. Ahora la Tumba se suma a ellos como un tercer símbolo arquetípico.

Desde tiempos inmemoriales las tumbas también servían como altares; toda la adoración de Dioses procedía originalmente de la adoración a los muertos. La gente iba a las tumbas, cuando querían comunicar con los Dioses. Las almas de los que habían partido eran intermediarios entre los hombres y los Dioses, porque debido a que las almas de los muertos podían aparecer de las tumbas, otros moradores del Mundo Espíritual podían aparecer allí también. Fue así en tiempos lejanos, cuando la Muerte era aún la hermana del Sueño y no tenía aún ese terrorífico poder sobre la humanidad. Los hombres no estaban tan desesperadamente ligados a la substancia del cuerpo terrenal durante la vida física en la Tierra. La comunión del Mundo Terrenal y el Mundo Espiritual aún sucedía como proceso de inspiración y espiración.

En el curso de milenios el hombre entró más y más profundamente en el cuerpo. Cuanto más se unía a la substancia terrenal, menos posibilidades tenía de permanecer en conexión con la Tierra después de la muerte. La brecha entre el "aquí" y el "allí" llegó a incrementarse aumentando las dificultades para trazar un puente. La vida después de la muerte llegó a ser, como se dice en la primera epístola de San Pedro una prisión. La humanidad estaba en peligro de ser privada de la inmortalidad, de que la consciencia no despertase más allá de la muerte. En el reino de la muerte las almas fueron encantadas en un estado de estremecimiento. Cuando los egipcios momificaron a sus muertos y oraron ante los cuerpos embalsamados, expresaron el urgente deseo de sostener firmemente las antiguas condiciones. Fue un intento, a pesar del creciente abismo, para unir el alma de los hombres con el cuerpo que quedaba atrás, en la Tierra. Pero el curso del Destino no podía ser detenido, y según avanzaban los siglos en la era pre-cristiana, el terror a la muerte tomaba posesión de la humanidad. El Mundo Griego estaba aterrorizado ante el reino de la muerte; en el Antiguo Testamento la idea de la inmortalidad estaba enteramente descolorida, una gran corriente religiosa surgió sin la certeza de la vida inmortal: lo que ocupa su lugar es la creencia de la continuación de la vida a través de los descendientes.

Aun en los siglos pre-cristianos las almas no vivían tan cerca y pesadamente en el cuerpo como hoy. De ahí que aquellos que vivían en la Tierra, sentían como una opresiva carga el trágico destino que traía la muerte. Aunque la gente iba a las tumbas, las almas ya no acudían y los Dioses se ausentaban de los altares. El sentimiento de ansiedad en los tiempos pre-cristianos derivaba mucho menos de condiciones externas que de disturbios del alma. La Tierra parecía un lugar desierto en el que no había llovido desde hacía mucho tiempo. La muerte llegó a ser un terrible espectro. Este sentimiento subyacía enraizado en la Expectativa Mesiánica, que inspiró a todos los pueblos pre-cristianos.

Entre el Sábado Santo y el Domingo de Ascensión, el cuerpo ha sido bajado de la cruz y yace en el sepulcro. La Providencia quiso que la cruz y el sepulcro permaneciesen en un lugar que miles de años antes había sido considerado y experimentado como el Centro de la Tierra. Entre la colina rocosa del Gólgota, que es una continuación del Monte Moriah y la tumba rodeada de su jardín en el Monte Sión, anteriormente había una fisura primaria en la superficie de la Tierra.

La humanidad antigua vio en ella la tumba, de Adam: aquí por primera vez la humanidad se enfrentó con la muerte. Así desde tiempos muy antiguos este desfiladero primario, que divide Jerusalem en dos partes , se creyó que era la puerta del mundo subterráneo. En este lugar la Cruz fue erigida ayer; y allí hoy se encuentra el Sepulcro.

Cuando tratamos de buscar los aspectos internos de los sucesos, es como si el velo fuese rasgado ante otra esfera. Se abre el reino de las sombras. En la oscuridad saturnina de esta esfera se enciende una luz inesperada. Aquel que murió en la Cruz, ha entrado en el Reino de la Muerte. Ha llegado Aquel que no está sujeto a la mágica compulsión de la Muerte, Aquel que está libre del embotamiento y la extinción. El lleva a través de la muerte toda la Gloria de su genio; y mientras prevalece sobre la Tierra el oscuro Sábado de la tumba, en el Reino de la Muerte surge el Sol. Este es el significado del descenso de Cristo a los infiernos. En el Reino de los que partieron, brilla un resplandor de esperanza. Fue disipado el conjuro de la Muerte y abierta la perspectiva de una futura Victoria del alma humana sobre el hechizo del mundo inferior. Mientras aún era Sábado Santo en la Tierra, el Domingo de Resurrección se encontraba en el Reino de la Muerte (...) Se cerró el abismo entre este mundo y el otro. Comienza a florecer el Jardín de la Pascua de Resurrección, en el que nuestra alma, como la de María Magdalena puede contemplar al Resucitado como el Jardinero de un Nuevo Mundo.

Mientras sobre la tierra es Sábado Santo, en el reino de los muertos ya es Pascua. Los difuntos han percibido la realidad de Pascua antes que la humanidad terrestre. La tierra que muere, en peligro de perder todo contacto con el cielo, ha recibido una medicina: el cuerpo y la sangre de Cristo. Estos eran los primeros elementos de materia terrestre penetrados totalmente por el Espíritu. Son el germen de una realidad material nueva, transfigurada por la realidad espiritual. El alma y el espíritu de Cristo han quedado ligados a las gotas de sangre que han impregnado la colina del Gólgota, y a su cuerpo, depositado en la tumba de José de Arimatea. Por primera vez el ostracismo de la muerte queda sin efecto. La acción de la Providencia ha llegado a un punto crucial. Todo el universo participa de manera inmediata en lo que ocurre en la cruz y en la tumba. La comunión por la cual la tierra ha recibido el remedio cósmico se extiende al infinito. Desde el viernes santo en el momento de la muerte de Cristo, la tierra ha sido sacudida por temblores hasta la última sacudida al alba del día de Pascua. El sábado santo fue sin duda turbulento en la medida en que los poderes de la naturaleza fueron puestos a disposición del silencio solemne que rodeaba la tumba. Es un hecho que Rudolf Steiner ha señalado como fruto de su investigación espiritual, pero que puede afianzar el conocimiento de los misterios que encubren el suelo de Jerusalem: la sacudida telúrica ha abierto la falla original del Gólgota que antiguamente había hecho cegar Salomón. Toda la tierra se vuelve tumba, este es uno de los puntos culminantes del Misterio del Gólgota. En sentido literal, la tierra acoge en las profundidades la Hostia que ha sido ofrecida. Cuando en el Credo de la Comunidad de Cristianos decimos: "El ha sido sepultado en el sepulcro de la tierra", tocamos el aspecto cósmico del Misterio del Gólgota. Novalis sabía —y lo expresó en su cántico XI- que es el mismo Cristo y no otro quien ha dado a la tierra el remedio cósmico. Es solo en apariencia que manos humanas han depositado el cuerpo del crucificado en la tumba. De hecho, es él mismo quien se dio, más allá de la muerte, para la sanacíón de toda la realidad terrestre.

...como El, que el amor inspira,

a nosotros entero se nos ha dado

y se ha acostado en la tierra

para fundar la ciudad de Dios...

La comunión cósmica de nuestro planeta Tierra tuvo lugar el viernes y el sábado Santos, antes incluso de ser adquirida la victoria de Pascua. Esto es debido al cuerpo real y a la sangre real física del hombre Jesús de Nazaret que fueron el medicamento recibido el día de Pascua. Es un error, manipulado por el culto a las reliquias de la Edad Media, pensar que el culto sacramental tiene necesidad del soporte de algún resto físico del cuerpo de Cristo; esto no es sino un vestigio de costumbres y convicciones precristianas. El catolicismo, tanto oriental como occidental, ha acogido en su práctica de culto la costumbre de dar a los altares la forma de una tumba. Es un error atenerse a la regla prescrita de que todo altar debe contener una reliquia perteneciente a la vida terrestre de Jesús o de algún santo. De hecho esta regla se refiere a los tiempos precristianos en que la relación con el mundo espiritual no era posible mas que a través de las tumbas con restos de reliquias de difuntos. La tumba vacía refuta cualquier culto a las reliquias.

 

Cuando en la mañana de Pascua, Pedro y Juan penetraron en la oscura cueva, la tumba de José de Arimatea no contenía ningún resto del cuerpo de Cristo. La tumba vacía significa: no miréis al hombre Jesús. No estéis delante de la tumba de un gran hombre o de un santo. Levantad los ojos hacia el Cristo. Es un ser Cósmico Divino. Su tumba no es la caverna rocosa de José de Arimatea sino toda la tierra. El significado de la victoria de la Pascua es que en lo sucesivo el cuerpo espiritual del Cristo, tejido de luz, puede iluminar toda realidad terrestre. Es por ello que el pan y el vino, en tanto que cuerpo y sangre de Cristo, son un remedio de la nueva vida conquistada en Pascua. Por ellos, la homeopatía espiritual, llevada por los hombres ligados a Cristo, penetra en el mundo. Así lo que afirmaba el cristianismo primitivo, por ejemplo Ignacio de Antioquia, de que el pan y el vino eran "remedios de inmortalidad" podemos comprenderlo con un pensar claro.

 

La renovación de los sacramentos ha conservado los altares con la forma de tumba. Y entre los fieles, cuando se acercan, hay siempre algo de sábado santo. Delante de una tumba sacra solemos estar atentos. El remedio está cuando la presencia del Cristo se vuelve perceptible en el pan y el vino. Los arquetipos de la mesa y la tumba se interpenetran y nuestros difuntos pueden juntarnos alrededor de esta mesa, ya que ellos han franqueado el umbral de la muerte. Después de haber estado ligados al sacramento durante su vida, encontrarán más fácilmente, ahí donde están, el camino de la tumba sagrada que el de su propia tumba. Cuando estamos reunidos alrededor del altar, pueden unirse a nosotros y reforzar por ello nuestro propio lazo con el mundo espiritual.

Alrededor de nuestros altares hay un poco de este ambiente que reinaba en el jardín de Pascua. El abismo entre este mundo y el otro se ha colmado y en lo invisible florece el jardín en el cual nuestra alma, como María Magdalena, puede recibir al Resucitado, el jardinero de un mundo nuevo. Las tinieblas saturninas se alumbran desde el interior por el sol de Pascua.

DOMINGO DE RESURRECCIÓN

El Misterio de la Resurrección del cuerpo de Cristo entreteje todos los encuentros de la época de Pascua, desde la aparición de los Ángeles junto al Sepulcro, pasando por la escena Juanina a orillas del Mar de Tiberíades, hasta la experiencia de la Ascensión en lo alto de la montaña. Este Misterio nos lleva más allá de la esfera de la interioridad. El final de los Evangelios nos revela: más allá de la Fiesta de Pascua de Resurrección para el alma, se la vislumbra para la Tierra y el Universo.

En la época de Jesús sucedía que muchas personas se reencontraban con sus difuntos cercanos durante la vida terrena. Aquello que vivieron los discípulos con el Resucitado fue mucho más que esto. La Resurrección es más que la inmortalidad. Si los tres años de vida del Cristo sobre la Tierra tienen como su sentido esencial el Hecho de Su encarnación, en el “hacerse carne de un elevado Ser Divino”, es evidente que la Resurrección, la victoria del Cristo sobre la muerte, concierne también a la carne, a la corporalidad física que fue su morada terrestre. ¿Cómo podemos hacernos una idea de la “resurrección de la carne”?

Para todo hombre el proceso de la muerte encierra los misterios de la corporalidad. Morir no es simplemente desprenderse del cuerpo físico como quien se desprende de un vestido. Es cierto que en el momento de la última exhalación el hombre abandona la envoltura perecedera de su ser. En los modos de vida y destino en los que entra ahora, la relación que ha tenido con su cuerpo durante la existencia terrestre continúan dejando su huella, acompañándolo como una sombra. Se oscurece el mundo en el que ahora, paso a paso, se tiene que familiarizar sufriendo al tener que prescindir del cuerpo. Si durante la vida logró ser señor de la materia y modelarla en libertad, resistiendo su seducción, dispondrá también de una claridad luminosa que más allá de la muerte ahuyentará las sombras iluminando la oscuridad.

 El poder del espíritu sobre la materia conquistado a lo largo de la vida, no se pierde. Si antes de la muerte el hombre se ha identificado con todo aquello que es realidad pasajera se siente ahora paralizado, prisionero. No dispone de la fuerza luminosa que le permite franquear el abismo oscuro, ni permanecer en comunión con aquellos que en la tierra libran el combate entre la luz y la oscuridad. En la medida en que sobre la tierra poseyó la fuerza libre que sabe arrancar a la materia los secretos del espíritu y encontró en lo pasajero lo eterno, no tendrá temor por el destierro en el otro mundo. A pesar de no vivir más en un cuerpo terrenal, será capaz de irradiar y actuar hasta en el dominio de lo físico, cuando encuentre sobre la tierra almas abiertas a través de las cuales poder obrar. Se puede afirmar que después de la muerte, si bien todas las almas se asemejan por abandonar el cuerpo físico, se diferencian porque en ellas germina como potencialidad una nueva corporalidad.

La Resurrección del Cristo, la victoria sobre la muerte, consistió en que Alguien pudo atravesar el umbral sin que el poder oscuro de la muerte le quitara nada del poder absoluto de la elevada substancia del espíritu. Durante tres años, el Yo Divino del Cristo fue penetrando más y más profundamente su cuerpo terrenal, mostrándose como señor sobre la materia. El fruto de estos tres años fue la transformación de la materia muerta mediante la impregnación plena del espíritu. Esto explica, a pesar de las apariencias trágicas del drama de la Pasión, la gloria luminosa de la humanidad elevada a lo Divino. En la hora del Gólgota encontramos en Jesús la misma grandeza soberana y victoriosa que se había sentido delante de la tumba de Lázaro, o en el momento de la entrada en Jerusalém y la purificación del Templo. Sobre la cruz, compartiendo el destino de la muerte de la humanidad, ofreció Su Cuerpo en sacrificio. Su poder sobre el cuerpo, la supremacía del espíritu sobre la materia, hizo posible que los discípulos lo percibieran con sus órganos físicos. A pesar de que su cuerpo no se pudiera palpar materialmente, ellos estaban bajo el extraordinario efecto que emanaba de la presencia del Resucitado. La intensidad de la victoria sobre la muerte era tan grande que les abrió la zona fronteriza en la cual lo espiritual puede crear y engendrar, a partir de sí mismo, materia.

La corporeidad del Resucitado que se manifestó a los discípulos era más que una potencialidad. Este Cuerpo de Resurrección del Cristo era una realidad plena, un acontecer creador universal. Nuestras tentativas de aproximarnos al Misterio del Cuerpo real de Resurrección, encuentran sustento en las indicaciones precisas de la Ciencia espiritual actual en lo concerniente a los procesos de devenir y perecer, a los cuales el ser humano está sometido apenas atraviesa el umbral de la muerte.

Después de despojarse del cuerpo físico que vuelve a la tierra, una parte suprasensible del hombre permanece por un tiempo ligado a él. Ella, gracias a su posición de intermediaria entre el cuerpo y el alma, le sirve de puente entre la encarnación terrenal y la morada en el mundo anímico-espiritual. Este es el cuerpo etérico, vital o cuerpo de fuerzas formativas, que es el elemento invisible del organismo humano que modela la forma y vivifica el cuerpo físico. Es el miembro suprasensible inferior del ser humano y el portador de la memoria. En tanto que el cuerpo físico está unido al cuerpo etérico, las imágenes de las experiencias vividas emergen solo en fragmentos a la consciencia. En el momento de la muerte, cuando la envoltura terrenal más densa es abandonada, la memoria se despliega como un imponente cuadro, y el alma humana ve la trama de las imágenes del pasado hacia atrás con una claridad y nitidez impresionante. Esta retrospectiva con la presencia de todas las imágenes de la vida transcurrida dura tres días. Entonces el cuerpo vital, segunda envoltura, se expande hacia el cosmos para integrarse al éter del universo.

Ahora el hombre entra en la esfera donde viven las realidades anímico-espirituales. Aquí comienza para su ser una severa prueba. Es entonces cuando atraviesa plenamente el umbral de la muerte. Sin envoltura ni protección alguna, el alma se ve expuesta a la justicia del Universo; lanzada al abismo inconmensurable de la existencia, experimenta una sensación de ahogo. Sólo pueden allí sostenerla las fuerzas adquiridas durante la vida terrestre, según haya estado ligado al mundo del espíritu. La única luz que le ilumina en la oscuridad será aquella que provenga de su vida interior, de la inclinación que haya tenido hacia el espíritu y lo bueno. Podrá apoyarse sobre lo adquirido personalmente. Tendrá para alumbrarse la luz que ella misma haya conquistado. El que se dejó sojuzgar por las realidades terrenales, se hunde en la inconsciencia e impotencia. Amenaza la muerte del alma, la “segunda muerte”. El terrible poder que la muerte ejerce sobre el ser humano se manifiesta plenamente en el momento en que le arrebata al hombre su segunda envoltura.

El pleno poder del espíritu sobre la materia, que como ya dijimos se manifiesta más allá de la muerte, se muestra por el hecho de que el alma, después de haber abandonado el cuerpo físico y el cuerpo etérico, conserva de ellos una “quintaesencia”. En esto se diferencian los seres humanos, cuando hayan cruzado el umbral. Puede ser que, cuando el hombre llega a la otra orilla, una vez atravesada la corriente vital del cuerpo etérico, haya podido beber solo una mísera gota de las aguas del Leteo, “el río del olvido”, cambiando el recuerdo pleno por el gran olvido: entonces las brasas de la región de las pruebas la devoran; o puede ser que su “quintaesencia” es como un cristal luminoso, testimonio de la participación espiritual imperdible adquirida tanto de las fuerzas de vida del cosmos, como también de las fuerzas creadores que entre el cuerpo físico y el cuerpo etérico tienen el poder de dar nacimiento a una corporeidad nueva.

El poder victorioso que moraba en Cristo sobre la materia y la muerte era tan grande cuando atravesó el sacrificio del Gólgota, que pudo arrebatar a la muerte la totalidad del cuerpo etérico con el que por tres años vivió sobre la Tierra. Después de tres días de lucha espiritual, Cristo surgió victorioso del sepulcro en la mañana de Pascua. La muerte no pudo confinarlo a la impotencia, sino que Él permaneció presente en la tierra con su cuerpo etérico transmutado en cristal de luz. Esta corporeidad resucitada que apareció a los discípulos era mucho más que un cuerpo etérico. Por estar impregnado de la “quintaesencia” de su cuerpo físico, conservó su forma, evitando la tendencia cósmica centrífuga y la unificación con el éter del Universo.

Llegamos entones al significado profundo de la palabra “quintaesencia”. Según la concepción antigua, el quinto elemento suprasensible espiritual está más allá de los cuatro elementos y es el que mantiene la cohesión de los cuatro elementos del mundo material, según el principio de la forma. Representa una suerte de “idea-fuerza” de toda forma corporal. Podemos representarnos el cuerpo etérico del Cristo arrebatado a la muerte, gracias a su cualidad bien particular, como desbordante de fuerzas creadoras. No era propiamente un cuerpo físico. Por su fuerza y forma era lo más cercano que podía estar del plano físico en el que se encontraban los discípulos. La corporeidad espiritual del Resucitado podría ser caracterizada como un cuerpo etérico que al igual que un cuerpo físico, vive y actúa sobre la tierra; o como un cuerpo físico elevado al nivel de cuerpo etérico, liberado del poder de la muerte y del perecer. Es evidente que frente al mayor enigma que ha habido sobre la tierra, las palabras y conceptos humanos son apenas torpes tanteos. Pero en la medida que paulatinamente comencemos a entrever la realidad viviente de ese Misterio (la obra de Rudolf Steiner nos da esta posibilidad) encontraremos un punto de apoyo donde nuestro pensar y conocimientos pueden ser elevados.        

 Fuente: Publicado hace 2nd April 2019 por Antropo-Sophia

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