Conferencias y textos

Pentecostés. La Festividad de la individualidad libre.

Rudolf Steiner – Hamburgo, 15 de mayo de 1910

«Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres»

Como despertadores de antiguos recuerdos, las festividades vuelven nuestros pensamientos y sentimientos hacia el pasado. A través de lo que significan, despiertan en nosotros pensamientos que nos ligan a todo lo que nuestras almas sostuvieron en tiempos lejanos. Pero otros pensamientos también son despertados a través de la comprensión del contenido de estas festividades, pensamientos que vuelven nuestros ojos al futuro de la Humanidad, lo que para nosotros, significa el futuro de nuestras propias almas. Los sentimientos se despiertan para darnos el entusiasmo de vivir en el futuro, e inspirar a nuestras voluntades a trabajar con fuerza para que podamos crecer más y más, adecuándonos a nuestras tareas futuras.

Así se presenta ante nosotros la imagen de las «lenguas de fuego» que descienden sobre la cabeza de cada uno de los discípulos, y aquí otra tremenda visión les revela el futuro de este Impulso de Cristo. Estos hombres, que fueron los primeros en entender al Cristo, se sienten como si no estuvieran hablando con personas cercanas a ellos en el espacio o en el tiempo: Sienten que sus corazones llegan lejos, lejos, a los diversos pueblos de la esfera terrestre, y sienten como si algo viviera en sus corazones, que es traducible a todos los idiomas y que puede ser comprendido en los corazones de todos los hombres. En esa poderosa visión del futuro del cristianismo que se mostro ante ellos, estos primeros discípulos se sienten rodeados de futuros discípulos de todos los pueblos de la Tierra como si algún día tuvieran el poder de proclamar el Evangelio con palabras que fueran comprensibles, no sólo para aquellos que están en contacto con ellos en el tiempo y el espacio, sino para todos los que viven en la Tierra como seres humanos conscientes de su destino. Esto fue lo que nació de la primera Festividad Cristiana Pentecostal como el contenido anímico y sentimental de estos primeros discípulos de Cristo.

Consideremos ahora la interpretación de estas imágenes en su significado esotérico cristiano más profundo. El Espíritu, también llamado con razón el Espíritu Santo  —por lo que es — envió sus fuerzas en el primer descenso a la Tierra de Cristo Jesús. Luego se manifestó cuando Jesús fue bautizado por Juan el Bautista. Ahora, una vez más, este mismo Espíritu, en otra forma, en forma de muchas lenguas solitarias, brillantes y ardientes, desciende sobre la individualidad de los primeros creyentes cristianos.

Se nos habla de este Espíritu Santo en la festividad de Pentecostés de una manera muy especial, pero debemos aclarar en nuestras mentes el significado de las palabra «Espíritu Santo», como se usa en los Evangelios. En primer lugar, ¿cómo se hablaba habitualmente del Espíritu en los tiempos antiguos, en los tiempos anteriores a los del Evangelio? En tiempos antiguos se hablaba del Espíritu en muchas conexiones, pero en una conexión particular. A través del nuevo conocimiento que nos da la Ciencia Espiritual, podemos decir que cuando un hombre pasa por el nacimiento a su existencia entre el nacimiento y la muerte, el cuerpo en el cual la individualidad se encarna está determinado de dos maneras. Nuestra naturaleza corporal tiene realmente una doble función que cumplir: nos hace un ser humano, pero también nos hace miembros de este o aquel pueblo, de esta o de otra raza o familia. En los tiempos antiguos que precedieron al cristianismo, todavía no se había experimentado lo que se puede llamar una Humanidad Mundial, ese sentimiento de comunión humana que cada vez más vive en los corazones humanos desde la proclamación del cristianismo y que nos dice : ¡Tú eres el prójimo de todos los seres humanos de la Tierra!. Por otro lado, ese sentimiento era tanto más fuerte en cuanto que cada hombre era miembro de un pueblo o tribu en particular. De hecho, esto se expresa en la religión de los hindúes en su creencia de que sólo a través de la sangre se puede ser un verdadero hindú. En muchas direcciones, —a pesar de las excepciones del principio— esto también estaba firmemente sostenido por el antiguo pueblo hebreo antes de la venida de Cristo. Según su punto de vista, un hombre pertenecía a su pueblo porque sus padres que también pertenecían y estaban relacionados por la sangre, lo habían colocado en él. Y también estaban familiarizados con otro sentimiento, que era más o menos sentido por todos los pueblos de antaño, a saber, que uno era un miembro de la propia familia, un miembro de su propio pueblo, y nada más. Cuanto más nos remontamos a la antigüedad, más intenso es este sentimiento de sentirse como un miembro de su pueblo y de ninguna manera como una individualidad aparte. Poco a poco, sin embargo, se despertó el sentimiento de la individualidad, de ser uno mismo como ser humano, solo un ser humano individual con cualidades humanas individuales. Así, estos dos principios se sintieron presentes en la naturaleza exterior del hombre: la pertenencia a un pueblo y la conciencia de uno mismo como una sola personalidad.

Ahora bien, las fuerzas inherentes a estos dos principios se atribuían de manera diferente a los padres. El principio de pertenencia a la familia, en virtud de la cual uno se relacionaba con la comunidad racial en general, se atribuía por herencia a la madre. Cuando los hombres se sentían según este concepto, decían de la madre: «En ella el espíritu del pueblo tiene dominio. Ella está llena del Espíritu del pueblo y ha transmitido al niño las cualidades comunes a su pueblo». Pero del padre se decía que él era el portador y transmisor del principio que daba más bien las características individuales, personales del ser humano. Así se podía decir cuando un hombre venia al mundo a través del nacimiento —y ésta era también la opinión del antiguo pueblo hebreo en los tiempos pre-cristianos— que él era una personalidad individual a través de las fuerzas del padre. La madre, sin embargo, a través de lo que era inherente a su naturaleza, se sentía plena del Espíritu del Pueblo, y a este le entregaba el niño. Así, se decía de la madre, que el Espíritu del pueblo habitaba en ella, y fue en este sentido que se hablaba del Espíritu que enviaba a sus fuerzas desde los reinos espirituales a la humanidad — que dejaba que sus fuerzas fluyeran hacia abajo al mundo físico, a la humanidad, por medio de la madre.

A través del Impulso de Cristo, sin embargo, surgió una nueva concepción: una concepción que decía que este Espíritu del que los hombres habían hablado anteriormente, este Espíritu del Pueblo, iba a ser reemplazado por otro que, aunque ciertamente relacionado con él, era mucho más elevado, un Espíritu que relaciona a toda la Humanidad, así como el Espíritu anterior relacionaba a un pueblo en particular. Este Espíritu debía ser dado al hombre y llenarlo con el poder de decir: «Siento que pertenezco no sólo a una parte de la Humanidad, sino a toda ella; ¡Soy un miembro de la humanidad entera, y me convertiré en miembro de la Humanidad cada vez más y más!». Esta fuerza, que vertió una calidad humana cosmopolita sobre toda la humanidad, fue atribuida al «Espíritu Santo». Así, el Espíritu del pueblo que se expresaba en la fuerza que se transmitía a través de la madre fue elevado a Espíritu Santo.

El que debía traer a la Humanidad el poder de desarrollar esta naturaleza humana universal cada vez más y más en la vida terrena, sólo podía vivir como el primer Ser de esta naturaleza en un cuerpo legado por el poder del Espíritu Santo. Esto fue lo que la madre de Jesús recibió en la Anunciación. En el Evangelio de San Mateo nos enteramos de la consternación de José, de quien se dice que era un hombre «recto». Esta palabra se usaba en el sentido antiguo y significaba que él era uno que sólo podía creer que cualquier hijo suyo nacería del Espíritu de su pueblo. Ahora él descubre que la madre de su hijo está llena, es penetrada a través de (porque este es el significado correcto de la palabra original en nuestro idioma), el poder de un Espíritu que no era meramente un Espíritu del pueblo, sino el Espíritu de la Humanidad universal!. Y no sentía que pudiera vivir con una mujer que pudiera un día darle hijos, cuando vivía en ella el Espíritu de la humanidad en su totalidad y no el Espíritu que tenía en su justicia. En consecuencia, deseó, como dicen, abandonarla en secreto. Sólo cuando recibió una comunicación del mundo espiritual, consiguió la fuerza para decidir tener un hijo de esa mujer que estaba penetrada y llena del poder de ese Espíritu Santo.

Así podemos ver que este Espíritu estaba trabajando creativamente, primero dejando que sus fuerzas fluyeran en la evolución humana en relación con el nacimiento de Jesús de Nazaret y de nuevo en el poderoso acto del Bautismo en el Jordán. Así entendemos ahora cuál es el poder del Espíritu Santo: es el poder que elevará cada vez más y más a cada hombre sobre todo lo que lo diferencia y separa de los demás y le hace miembro de toda la Humanidad en la Tierra, un poder que funciona como un vínculo de alma a alma, no importa en qué cuerpos puedan estar.

Es de este mismo Espíritu Santo que se nos dice ahora que en la fiesta de Pentecostés fluye, a través de otra revelación, a las individualidades de aquellos que primero aceptaron el cristianismo. En el bautismo de Juan se nos presenta la imagen del Espíritu a modo de paloma; Ahora, sin embargo, aparece otra imagen, la imagen de las lenguas ardientes. Es en una paloma, en una sola forma, que el Espíritu Santo se manifiesta en el Bautismo de Juan: es en muchas lenguas únicas que se manifiesta en la Fiesta Pentecostal. Y cada una de las lenguas individuales trae inspiración a cada individuo, a cada una de las individualidades de los primeros discípulos del cristianismo.

Qué significado tiene este símbolo de Pentecostés para nuestras almas? Después de que Cristo, el portador del Espíritu Humano Universal, hubiese completado su obra en la Tierra, después de haber experimentado las últimas envolturas terrenales de Su ser para dispersarse en el Universo y toda esa envoltura terrenal se alejo como una sola entidad, del Ser Espiritual de la Tierra, se hizo posible que en los corazones de aquellos que comprendieron ese Impulso surgiera el poder de hablar sobre el Impulso de Cristo, de trabajar en el significado del Impulso de Cristo.

En cuanto a su manifestación en las envolturas externas, el Impulso de Cristo había desaparecido en la Ascensión en la totalidad indivisa del mundo espiritual:  diez días más tarde se levanto en los corazones individuales de sus primeros seguidores. Y debido a que el mismo Espíritu que había trabajado en el poder del Impulso de Cristo ahora reapareció en forma múltiple, los primeros discípulos del cristianismo se convirtieron en los portadores y predicadores del mensaje de Cristo.

Así, al comienzo mismo de la historia cristiana se estableció el poderoso signo de este acontecimiento, que nos dice: «Así como los primeros discípulos recibieron cada uno el Impulso de Cristo en sí mismos, así como les fue concedido recibirlo en forma de lenguas de fuego que inspiraron sus propias almas, así también vosotros, todos vosotros, si lográis entender el Impulso de Cristo, recibiréis su poder, individualizado, en vuestros corazones, un poder que puede desarrollarse cada vez más y más, y que llegara a ser cada vez más completo». Una esperanza omnipresente nos puede salir de esta señal que se manifestó como el punto de partida del Cristianismo. Cuanto más se perfecciona un hombre, más puede sentir que el Espíritu Santo habla de su propio ser interior, en la medida en que su pensamiento, sentimiento y voluntad están permeados por este Espíritu Santo, que a través de su división múltiple es también un Espíritu individual en cada ser humano en el que trabaja.

En cuanto a nuestro crecimiento futuro, por lo tanto, este Espíritu Santo es para nosotros, hombres, el Espíritu del desarrollo del hombre libre, en el alma humana libre. El Espíritu de la libertad tiene su influencia en ese Espíritu que se derramó sobre los primeros que entendieron el cristianismo en la primera festividad pentecostal cristiana, un Espíritu cuya característica más significativa fue indicada por el mismo Cristo: «Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres». El hombre sólo puede ser libre en el espíritu. Mientras él dependa de la naturaleza corporal en la que habita su espíritu, permanecerá esclavo. Puede llegar a ser libre, sólo cuando se encuentre de nuevo en espíritu y desde el espíritu se convierta en señor de lo que está en él. «Ser libre» presupone el descubrimiento de uno mismo como espíritu dentro de uno mismo. El verdadero espíritu en el que podemos hacer este descubrimiento es el espíritu humano universal, que reconocemos como el poder pentecostal del Espíritu Santo entrando en nosotros, y que debemos dar a luz en nosotros mismos permitiendo que llegue a manifestarse.

Así, el símbolo de Pentecostés se transforma para nosotros en el más poderoso de nuestros ideales, el libre desarrollo del alma humana,  en una individualidad autocontenida y libre. Los discípulos tenían un poco la sensación de esto que, por inspiración, y no, por supuesto, con la clara conciencia, tenía que ver con la designación para la festividad de Pentecostés en su día especial en el año. Este ordenamiento exterior es en sí mismo notable; pues quienquiera que no pueda detectar una sabiduría omnipresente incluso en la fijación de un día festivo entiende muy poco del mundo. Consideremos desde este punto de vista las tres fiestas: Navidad, Pascua y Pentecostés. Como festividad cristiana la Navidad tiene un día particular en el año; se ha fijado de una vez por todas un día en particular en diciembre, y cada año celebramos la Navidad en el mismo día. Con la festividad de Pascua es diferente. La Pascua es una fiesta móvil que está determinada por las constelaciones en los cielos; Se celebra el primer domingo después de la luna llena que sigue el equinoccio de Primavera.

Para esta fiesta debemos dirigir nuestra mirada hacia las alturas del cielo, donde las estrellas recorren su camino y nos proclaman las leyes del cosmos. La Pascua es una fiesta movible, así como en cada individualidad humana es movible ese momento en el cual, puede liberarse de la naturaleza inferior humana ordinaria despertando el poder del hombre superior, con una conciencia superior. Así como en un año la Pascua cae en este día y otro año en ese otro, así con cada hombre, de acuerdo con su pasado y la fuerza de su esfuerzo, llega el momento en que tarde o temprano se hace consciente: «Puedo encontrar el poder en mí mismo para dejar que el hombre superior surja de mí «.

La Navidad, sin embargo, es una festividad inamovible. Es la festividad donde el hombre ha dejado atrás en el transcurso del año el marchitamiento y la decadencia de la naturaleza, ante la alegría de la surgencia de la naturaleza, de la transmisión de fuerzas. El hombre contempla la naturaleza como en un estado de ensoñamiento llevando en sí la fuerza de las semillas. El mundo de la naturaleza se ha retirado, con todas las fuerzas de nacimiento dentro de ella. Cuando al mundo exterior de los sentidos la revelación de estas fuerzas está en su nivel más bajo; cuando la misma Tierra muestra cómo en un momento dado sus fuerzas espirituales se retiran para esperar el año venidero; cuando la naturaleza exterior se nos muestra más silenciosa; entonces es en la festividad de Navidad que el hombre debe dejar crecer el pensamiento en él para tener la esperanza de no estar sólo unido a las fuerzas terrenales, que ahora en este tiempo de Navidad están silenciosas, sino también con las fuerzas que están presentes no sólo en la Tierra, sino también en los reinos espirituales.

Esta esperanza debe elevarse en su alma, porque ve a la Tierra como si estuviera hundida en el sueño; Debe salir de la parte más profunda e íntima del alma misma, y entonces se convertirá en luz espiritual, cuando la naturaleza física exterior esté en su momento más oscuro. A través del símbolo de la festividad de Navidad, el hombre debe recordar así que, en primer lugar, está tan ligado con sus fuerzas del Yo a su cuerpo terrenal, como lo que se revela a su alrededor está ligado a la vida anual de la Tierra. De acuerdo con el adormecer de la Tierra, que tiene lugar en el mismo dia cada año, la festividad de Navidad también se coloca al mismo tiempo, de modo que en ese momento el hombre recordará que mientras esté ligado a un cuerpo, sin embargo, no está condenado a unirse sólo con él, sino que puede esperar encontrar el poder de convertirse en un alma libre dentro de sí misma. Lo que vemos como el significado de la Navidad nos recordará, tanto nuestra conexión con el cuerpo como también nuestra esperanza de liberarnos de este cuerpo.

Depende, sin embargo, de nuestros propio esfuerzo ya sea antes o después, que despleguemos aquellos poderes que podemos esperar, y que nos llevaran de nuevo al mundo espiritual y celestial. A este pensamiento debe traernos la Pascua. La festividad de Pascua no sólo nos recuerda que tenemos a nuestra disposición las fuerzas que el cuerpo nos da y que ellas mismas son, por supuesto fuerzas divino-espirituales, sino que nos recuerda también que como hombres podemos elevarnos por encima de la Tierra. De ahí que sea la festividad de Pascua la que nos habla de esas fuerzas que antes o después deben ser despertadas en nosotros. La Pascua, como festividad móvil, se determina según las constelaciones en los cielos. Así el hombre debe despertar el recuerdo de lo que puede llegar a ser, volviendo su mirada al cielo para ver cómo puede ser liberado de la existencia terrenal, cómo puede elevarse por encima de tal existencia. En la fuerza que nos llega de esta manera reside la posibilidad de la libertad interior, de la liberación interior. Cuando sentimos interiormente que podemos elevarnos por encima de nosotros mismos, entonces nos esforzaremos realmente por alcanzar ese ascenso; entonces tendremos la voluntad de liberar a nuestro hombre interior, de sacarlo de su esclavitud al hombre exterior. Estaremos, por supuesto, en el hombre exterior, pero seremos plenamente conscientes de nuestro poder espiritual interior, seremos conscientes del hombre interior.

Además, depende de este momento, en el que, en esta fiesta de Pascua,  crecemos conscientes de que podemos liberarnos, si también alcanzamos el festival de Pentecostés, cuando podemos llenarnos del espíritu, que se ha encontrado en sí mismo, con un contenido que no es de este mundo, sino del mundo espiritual. Este contenido nos viene del mundo espiritual, y esto solo puede hacernos libres. Es la verdad espiritual de la cual Cristo dijo: «Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres». Es por esta razón que Pentecostés depende de la festividad de la Pascua, porque es una consecuencia de esa festividad. La Pascua se determina según las constelaciones celestiales; Pentecostés es el acontecimiento que debe seguir como un resultado necesario, después del lapso de un cierto número de semanas.

Así, aun en la forma en que se determinan los tiempos de estas festividades, vemos, en una reflexión más profunda, la sabiduría que todo lo gobierna; vemos que estas festividades están necesariamente situadas justo donde tienen que estar a lo largo del año, y que cada año traen ante nosotros lo que nosotros, como hombres, hemos sido, somos y lo que podemos llegar a ser. Cuando sabemos pensar en estas festividades de esta manera, entonces ellas son para nosotros festividades que nos unen con todo lo que ha pasado, y se convierten en un impulso implantado en la Humanidad para  seguir adelante en el futuro.

La festividad de Pentecostés en particular, cuando la entendemos de esta manera, otorga confianza, fuerza y esperanza, cuando sabemos lo que podemos llegar a ser en nuestras almas siguiendo a aquellos que, como los primeros que entendieron el Impulso de Cristo, se hicieron dignos de tener las lenguas ardientes descendiendo sobre ellos. Cuando entendemos la fiesta de Pentecostés como una festividad, no sólo de ese momento pasado, sino también del futuro, entonces viene mágicamente ante nuestros ojos espirituales la expectativa de recibir al Espíritu Santo. Pero entonces debemos aprender a entender Pentecostés en su verdadero sentido cristiano. Debemos aprender a entender primero lo que dicen las poderosas lenguas, la poderosa inspiración de Pentecostés. ¿Qué era lo que sonaba con tonos de trompeta del «poderoso viento impetuoso», del que nos hablan en la imagen que se coloca ante nuestras almas como la imagen de Pentecostés, de la primera festividad pentecostal cristiana? ¿Qué clase de voces fueron estas que proclamaron en la maravillosa música de las esferas: «Vosotros habéis experimentado el poder del Impulso de Cristo, vosotros sois los primeros en entenderlo. Y el poder de Cristo en vosotros se ha convertido en el poder de vuestras propias almas, de tal manera que cada uno de vosotros, ahora que el acontecimiento del Gólgota se ha cumplido, os habéis hecho capaces de ver al Cristo ahora, en este tiempo presente. ¡Con tanta fuerza el Impulso de Cristo ha trabajado en cada uno de vosotros».

El Impulso de Cristo, sin embargo, es un impulso de libertad; Su verdadera actividad no se revela cuando se produce fuera del alma humana. El verdadero funcionamiento del Impulso de Cristo no aparece hasta que tiene lugar dentro del alma humana individual. Así fue que aquellos que primero comprendieron al Cristo se sintieron llamados a través del acontecimiento de Pentecostés a proclamar lo que estaba en sus propias almas, lo que en la revelación e inspiración de sus propias almas se les reveló como el contenido de la enseñanza de Cristo. A saber, que el Impulso de Cristo había trabajado en aquella sagrada preparación que habían sufrido antes de Pentecostés, se sintieron llamados, por el poder del Impulso de Cristo que obraba en ellos, a dejar hablar las lenguas ardientes, el Espíritu Santo individualizado en cada uno de ellos y salieron a proclamar el Evangelio de Cristo. No fue simplemente lo que Cristo les dijo una vez a esos primeros discípulos que las reconocieron como palabras de Cristo, no sólo aquellas palabras que Él ya había pronunciado. Ellos reconocieron como las palabras de Cristo aquello que sale del poder del alma que siente el Impulso de Cristo dentro de sí misma. [Cp. I Cor. VII, 25 y 40.]

Con este fin, el Espíritu Santo se derramó en forma individualizada en cada alma humana, para que cada uno desarrollara el poder, en sí mismo de sentir el Impulso de Cristo. Entonces, para tal alma, otra palabra se renueva: «Yo estaré con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo». Por lo tanto, aquellos que están seriamente empeñados en experimentar el Impulso de Cristo también pueden sentirse llamados por lo que este Impulso despierta en sus corazones, a proclamar de nuevo la palabra de Cristo, que pueda sonar siempre renovada, siempre diferente en cada época de la humanidad. No es para que podamos aferrarnos a las pocas palabras de los Evangelios enunciadas en la primera década de la fundación del cristianismo, que el Espíritu Santo se derrama sobre los hombres: se derrama para que el Evangelio de Cristo pueda relatar su eventos de manera renovadas y de que de nuevo surjan siempre renovadas. A medida que las almas de los hombres progresan de una época a otra, de encarnación en encarnación, siempre hay que hablar de estos hechos renovados para las almas humanas. ¿Deberían estas almas, avanzando de encarnación en encarnación, aceptar como proclamación de Cristo sólo las palabras que fueron pronunciadas cuando se encarnaron en cuerpos contemporáneos a la aparición temporal de Cristo en la Tierra? Dentro del Impulso de Cristo reside el poder de hablar a todos los hombres, hasta el final del ciclo de Tiempo de la Tierra. Para que esto pueda ser, sin embargo, hay que añadir lo que hace posible que el mensaje de Cristo sea dado a conocer en cada época a las almas siempre progresivas de los hombres, de una manera apropiada. Así que cuando sentimos la fuerza y el poder del impulso de Pentecostés, debemos sentir que se nos pide que escuchemos las palabras: «¡Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final del ciclo de la Tierra!. Y cuando os llenáis con el Impulso de Cristo, podréis oír continuamente a través de todos los tiempos, la Palabra, despertada a la vida en la fundación del Cristianismo por el Fundador mismo, la Palabra que Cristo habla en cada época porque Él está con los hombres en cada época, la Palabra que todos pueden escuchar si tienen la voluntad de oírla.

Así entendemos el poder del impulso de Pentecostés como aquello que nos da el derecho de considerar al Cristianismo como algo que está creciendo siempre, otorgándonos revelaciones siempre nuevas y siempre renovadas. Sabemos que en la Ciencia Espiritual de hoy estamos proclamando la misma Palabra de Cristo, resonando a través de nosotros desde los coros celestiales, y decimos a aquellos que sólo preservarían el cristianismo en su forma original: «Nosotros somos aquellos que comprenden al Cristo en verdad, porque entendemos el verdadero significado de la festividad de Pentecostés».

Cada vez que nos sentimos llamados a traer siempre una renovada enseñanza de la sabiduría del cristianismo, debemos producirla de la manera adecuada para las almas de los hombres de esa etapa de su desarrollo progresivo, desde una encarnación hasta la siguiente. El cristianismo está infinitamente lleno, es infinitamente rico; Pero esta plenitud y riqueza infinita no siempre estuvo a disposición del hombre en los siglos en los que el cristianismo se proclamo por primera vez. ¡Qué presunción sería decir, incluso en la actualidad, que la Humanidad está ahora lo suficientemente madura para entender el cristianismo en su infinita plenitud y su infinita grandeza! Sólo entiende la verdadera humildad cristiana el que dice: El alcance de la sabiduría cristiana no tiene fin, pero la receptividad del hombre para esta sabiduría que fue limitada en un principio, será cada vez más y más completada.

Veamos los primeros siglos cristianos hasta nuestros días. Un gran y poderoso impulso, el más grande jamás dado en la evolución terrenal del hombre, fue dado con el Impulso de Cristo. Esto es algo de lo que todos pueden llegar a ser conscientes, aprender a entender el proceso de la evolución de la Tierra. Pero una cosa no debe ser olvidada: Sólo una pequeña parte de lo que contiene el Impulso de Cristo ha sido entendido hasta ahora. Han pasado cerca de dos milenios de desarrollo cristiano y lo que se dio en el cristianismo esotérico solo podía enseñarse a aquellos a quienes el cristianismo les fue dado y no pudo ser expresado en la vida externa, exotérica.

Por ejemplo, no se podía enseñar lo que sí se puede hacer en nuestra época actual como una verdad cristiana, a saber, el hecho de la reencarnación de la humanidad. Cuando en Antroposofía enseñamos hoy día la reencarnación, somos plenamente conscientes, a la luz de la fiesta de Pentecostés, de que la reencarnación es una verdad cristiana que se puede dar a conocer exotéricamente hoy a una humanidad que se ha vuelto más madura, pero que no podía ser dada a conocer a las almas inmaduras de los primeros siglos cristianos. Poco se hace intentando mostrar, citando casos únicos, que el pensamiento de la reencarnación también se encuentra en el cristianismo. Uno puede descubrir de aquellos opositores de la Ciencia Espiritual que se llaman cristianos, lo poco que se conoce en el cristianismo exotérico de la reencarnación. Lo único que saben es que la Ciencia Espiritual enseña algo sobre la reencarnación, y eso es suficiente para que digan que es hindú o budista. Poco saben que es el Cristo vivo, desde el mundo espiritual, el maestro viviente de la reencarnación hoy. La gente considera la reencarnación, así como la doctrina del karma, como algo que hasta ahora no ha sido capaz de penetrar en el cristianismo exotérico. Pero poco a poco, en una época tras otra, la plenitud de la verdad que se encuentra en el cristianismo ha tenido que darlo a la humanidad. Con el Impulso de Cristo mismo que no es una enseñanza o una teoría, sino una fuerza real que debe ser experimentada en las profundidades del alma, con este Impulso mismo se nos imparte algo. ¿Qué es? Es justo lo que llevamos del Impulso de Cristo en conexión con la enseñanza de la reencarnación que podemos entender lo que se da en ella.

Sabemos que unos siglos antes de que el cristianismo comenzara, otra enseñanza, una enseñanza formal, fue dada, en su mayor parte en las tierras orientales, es decir, la enseñanza del Buda. Mientras el poder y el impulso del cristianismo se extendía desde el Cercano Oriente hacia el Oeste, el lejano Oriente presenció una expansión generalizada del budismo. De esta enseñanza sabemos que contenía la doctrina de la reencarnación. ¿Pero en qué forma? Para los que conocen los hechos, el budismo se presenta como el producto final de las enseñanzas y revelaciones que la precedieron. En consecuencia contenía en sí toda la grandeza de la antigüedad; propuso algo así como una conclusión final de la sabiduría primigenia de la Humanidad en la que estaba contenida la doctrina de la reencarnación.

¿Pero cómo se revistió el budismo de esta doctrina en sus revelaciones? De tal manera que el hombre miraba hacia atrás, a las encarnaciones por las que había pasado, y hacia adelante a las encarnaciones que todavía tenia que experimentar. Que el hombre pasa por muchas encarnaciones es una enseñanza enteramente exotérica en el budismo. Es totalmente incorrecto hablar de una semejanza abstracta entre todas las religiones. En realidad, existen diferencias poderosas y de gran alcance entre ellas, como, por ejemplo, entre el cristianismo, que durante siglos no tuvo pensamientos de reencarnación y el budismo exotérico, que vivió y se movió en tales pensamientos. En este sentido es totalmente inútil reunir simples abstracciones; más bien uno debe reconocer el mundo de la realidad. Es una certeza absoluta para el budismo que el hombre siempre regresa a la Tierra; El budista, sin embargo, mira esto de la siguiente manera. Dice: «Combate el impulso de descender a estas encarnaciones, porque tu verdadera tarea es, tan pronto como sea posible, liberarte de la sed de pasar por ellas, para vivir libre de toda encarnación terrenal en un reino espiritual!». Es así como el budista considera la secuencia de las encarnaciones humanas, esforzándose por adquirir todas las fuerzas necesarias para poder retirarse lo más pronto posible de estas encarnaciones. Una cosa que el budismo no tiene — y esto está claro en su enseñanza exotérica. No contiene nada que pueda ser llamado un impulso lo suficientemente fuerte como para crecer cada vez más hacia la perfección humana. Eso permitiría al budista decir: «Por todos los medios, dejad que vengan las encarnaciones!. A través del Impulso de Cristo podemos conformarnos tanto que podemos extraer cada vez más de ellos. A través del Impulso de Cristo tenemos una fuerza que puede dar a estas encarnaciones un contenido cada vez más elevado. ¡Perméate del Budismo —o de lo que se encuentra en él de la verdadera doctrina de la reencarnación— con el Impulso de Cristo, y tendrás un nuevo elemento que dará a la Tierra un nuevo significado en la evolución de la Humanidad!

Por otro lado, el cristianismo tiene el Impulso de Cristo como algo exotérico. Pero ¿cómo se ha considerado este Impulso en siglos anteriores? Indudablemente, el cristiano exotérico ve en él algo infinitamente perfecto, que debe vivir en sí mismo como el gran ideal al que él mismo se acerca cada vez más. ¡Pero qué presuntuoso sería para el cristiano pensar que en una sola vida terrena podría tener suficiente poder para llevar a la plenitud la semilla que puede ser encendida en la vida a través del Impulso de Cristo! Qué presuntuoso sería para el cristiano exotérico creer que en una vida estaría en posición de lograr algo adecuado para el despliegue del Impulso de Cristo. En consecuencia, el cristiano exotérico dice: «Pasamos por las puertas de la muerte. Entonces en el mundo espiritual tendremos la oportunidad de seguir desarrollando y desplegando el Impulso de Cristo más allá en ese mundo».  Y así el cristiano exotérico concibe una vida espiritual después de la muerte de la cual no hay regreso a la Tierra.

Sin embargo, ¿un cristiano exotérico que cree que la existencia en un mundo espiritual es adicional a la  vida en la Tierra, entiende el Impulso de Cristo?. No lo entiende en lo más mínimo. Porque si lo entendiera, nunca creería que lo que el Impulso de Cristo tiene que darle se puede lograr en una vida espiritual más allá de la muerte, sin ningún retorno a la Tierra.

 Para que el Hecho del Gólgota pudiera tener lugar, para que esta victoria sobre la muerte pudiera ser alcanzada, el mismo Cristo tuvo que descender a esta vida sobre la Tierra; Y esto realmente tenía que hacerse para lograr algo que sólo se puede experimentar y vivir en nuestra Tierra. El Cristo descendió porque el poder del Acto del Gólgota tenía que trabajar en los hombres en el cuerpo físico. Por lo tanto, también el poder de Cristo sólo puede trabajar primero en los hombres en el cuerpo físico. Lo que el hombre ha recibido del poder del Misterio del Gólgota en el cuerpo físico, esto puede entonces trabajarse más, cuando se atraviesa la puerta de la muerte. Pero sólo actúa la parte del impulso de Cristo que el hombre ha tomado en sí mismo en la vida entre el nacimiento y la muerte. El hombre debe esforzarse por completar lo que ya ha recibido, cuando vuelva a la Tierra, y sólo en sus sucesivas vidas terrenales por venir puede aprender a entender todo lo que vive en el Impulso de Cristo. Nunca podría el hombre entender el Impulso de Cristo, si sólo viviera una vez en la Tierra. Este impulso, por tanto, debe conducirnos a través de repetidas vidas terrenales, porque la Tierra es el lugar para el descubrimiento del significado del Misterio del Gólgota. [es decir en y a través de la conciencia física.]

Y así el cristianismo sólo se completa cuando uno reemplaza la suposición de que se podría vivir el Impulso Cristo en una encarnación, por el pensamiento de que sólo a través de repetidas vidas terrenales el hombre puede perfeccionarse para vivir en sí mismo el Ideal de Cristo. Lo que ha experimentado en la Tierra en conexión con él, puede llevarlo entonces al mundo espiritual. Pero sólo puede traer todo lo que ha captado en la Tierra de ese Impulso, que por sí mismo había de cumplirse, como el acontecimiento más importante de todos los sucesos terrenales. Así vemos que el pensamiento que debe añadirse al cristianismo a partir de la revelación espiritual es el pensamiento de la reencarnación, nacido del cristianismo mismo. Cuando comprendamos esto, veremos lo que significa para nosotros hoy, en la esfera de la Ciencia Espiritual, ser conscientes de lo que hacemos a nosotros mismos de la revelación de Pentecostés. Significa para nosotros que tenemos razón al escuchar la revelación, al ver una renovación de la revelación de ese poder que estaba en las «lenguas ardientes», que descendieron sobre los primeros que comprendieron al Cristo.

De esta manera, mucho de lo que se ha dicho recientemente en nuestro Movimiento puede presentarse ante nosotros hoy con un nuevo significado. Vemos la fusión de Oriente y Occidente, de las dos poderosas revelaciones del cristianismo y el budismo; Los vemos fluir juntos en lo espiritual. Y por medio del entendimiento correcto del pensamiento del Pentecostés cristiano podemos justificar el fluir juntos de las dos religiones más grandes de la Tierra en la actualidad. Pero no es mediante impulsos meramente externos que podemos unir estas dos revelaciones; Eso sería pararse en la mera teorización. Cualquiera que trate de tomar lo que el cristianismo y el budismo han proporcionado hasta ahora y de soldarlos en una nueva religión no crearía un nuevo contenido espiritual para la Humanidad, sino sólo una teoría abstracta, incapaz de encender al alma humana. Si esto sucediera serian necesarias nuevas revelaciones. Y eso, es lo que hoy resuena para nosotros, como la proclamación del conocimiento del espíritu, que sólo es audible para aquellos que han madurado en la Ciencia Espiritual: «Que el Cristo, que está siempre con nosotros habla en nosotros «.

Sabemos que vivimos en un momento importante de la evolución humana: que ya antes del fin de este siglo se desarrollarán nuevas fuerzas animicas que conducirán al hombre al despliegue de una especie de clarividencia etérica, por medio de la cual, como por un desarrollo natural, se renovará para ciertos seres humanos el acontecimiento que Pablo experimentó en Damasco; y que de esta manera, para los poderes espirituales más elevados del hombre, Cristo volverá con una vestidura etérica. Cada vez más almas compartirán lo que Pablo experimentó en Damasco. Entonces el mundo verá que la Ciencia Espiritual es la revelación que anuncia una renovada y transformada verdad del Impulso de Cristo. Sólo aquellos que creen en el flujo fresco de la vida espiritual en la que Cristo se derramó comprenderán la nueva revelación de que seguirá viviendo para todas las épocas por venir. Quien no crea eso, podrá predicar un cristianismo que ha envejecido. Pero quienquiera que crea en el acontecimiento de Pentecostés y lo entienda, también llevará a la mente que lo que comenzó con el evangelio cristiano se desarrollará cada vez más y más y hablará a los hombres en tonos siempre nuevos; que siempre estarán presentes en el mundo del alma individualizada por el Espíritu Santo, las lenguas ardientes, y que en un fuego y un impulso siempre renovados el alma humana podrá vivir dentro y  fuera del Impulso de Cristo.

Podemos creer en el futuro del cristianismo cuando en verdad comprendamos el pensamiento de Pentecostés. Y entonces vendrá ante nosotros la poderosa imagen, como una fuerza presente en el alma misma. Y sentiremos el futuro, como lo entendieron los primeros discípulos bajo la inspiración del Espíritu Santo, sólo si estamos dispuestos a hacer vivo en nuestras almas aquello que no conoce los límites que separan las diferentes partes de la humanidad y habla un lenguaje que todas las almas, en todo el mundo, pueden entender. Sentimos el pensamiento de paz, de amor y de armonía, que reside en el pensamiento de Pentecostés. Y sentiremos este pensamiento de Pentecostés animando nuestra festividad. La sentiremos como una garantía para nuestra esperanza de libertad y eternidad. Porque sentimos el espíritu individualizado despertando en nuestras almas, se despierta en nosotros el elemento más significativo del espíritu: la infinitud de lo espiritual. A través del compartir en lo espiritual, el hombre puede llegar a ser consciente de su inmortalidad y de su eternidad. Y en el pensamiento de Pentecostés nos hacemos conscientes del poder de aquellas palabras primitivas que el Iniciado continuó implantando y que nos revelan el significado de la sabiduría y la eternidad: las sentimos como un pensamiento de Pentecostés, transmitido de época en época, palabras que hoy, por primera vez emanan exotéricamente:

El Ser se ensancha en las extensiones del espacio,

Y continúa ensanchándose en el transcurrir del Tiempo,

Permaneciendo en las anchuras del Espacio, y en el curso del Tiempo,

Estas entonces, oh hombre, caminando solo por el mundo

Pero por encima de todo,  con el poder de tu alma te elevas

Cuando, dividiendo o conociendo, contemplas lo que no pasa;

Más allá de la extensión del espacio y del transcurso del tiempo!

  • Wesen reiht sich an Wesen in den Raumesweiten,
    Wesen folgt auf Wesen in den Zeitenläufen.
    Verbleibst du in Raumesweiten und Zeitenläufen,
    Bist du, 0 Mensch, allein in Gebiete der Vergänglichkeit.
    Über sie aber erhebt deine Seele sich gewaltiglich,
    Wenn sie erahnend oder wissend schaut das Unvergängliche
    Jenseits der Raumesweiten und jenseits der Zeitenläufe!

 Fuente: https://lacocineradematrixvk.wordpress.com/2017/07/06/ga118c1-pentecostes-la-festividad-de-la-individualidad-libre/

Traducido por Gracia Muñoz en Julio de 2017

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