Juan Bautista
Por Emil Bock
La Tierra es un organismo vivo y, como tal, efectúa espiritualmente un lento inspirar y expirar: en el punto máximo del verano alcanza el expirar más completo y en el punto más bajo del invierno, el inspirar.
En el hemisferio norte, las costumbres del solsticio alrededor de una fogata, en puntos culminantes de las montañas, traducen el éxtasis, el extrapolar de las almas humanas. En este punto máximo, la Tierra tiene su materia elevada para lo espiritual. En el invierno sucede lo contrario: lo espiritual se infiltra en la materia terrena cuando la tierra inspira. Esto ocurre ahora en el hemisferio sur. Pero, hoy en día, la humanidad ha logrado interferir a gran escala en este proceso, porque no acompaña más espontáneamente este ritmo (distanciamiento de los cambios en la naturaleza, viajes rápidos de un hemisferio a otro, etc)
Juan Bautista sigue siendo el hombre arquetípico, que vivía en esta relación con la Tierra. Allí donde nació, en el hemisferio norte, el verano alcanzaba el punto alto, y su formación en el vientre materno se dio durante el sol creciente, en la expiración de la Tierra. Su alma también se había exteriorizado y él surgía como inmensamente grande y misterioso a los hombres a los que hablaba. (Esto se puede comprobar en ilustraciones en las que Juan el Bautista aparece casi gigante.) Traía él en sí la tendencia cósmica original de la humanidad de aquella época, que es el estar en éxtasis, en trance.
En relación a este hecho, Juan Bautista era el opuesto de Jesucristo, cuyo nacimiento cayó en el invierno más profundo y su cuerpo se desarrolló en el vientre materno, cuando el sol se recogía y la tierra inspiraba. Así, Jesús se convirtió en el representante arquetípico del otro principio del mundo que es: el hombre terreno puede convertirse en un recipiente de un ser espiritual superior.
Resumiendo tenemos entonces Juan Bautista, el antiguo ser humano cósmico, encarnación del principio del éxtasis, del salir fuera de sí. Y Jesús Nazareno, el nuevo ser humano terrestre, que encarna al ser que, aunque sea pequeño, puede crecer al recibir el Yo Crístico en su ser humano.
Juan el Bautista fue el más grande y el último de los profetas. Él sabía que el antiguo modo de la humanidad de conectarse con la respiración de la Tierra iba terminado y que esta conexión se estaba resecando y desapareciendo. Él veía el cierre de la cercanía de Dios y el cielo que los humanos habían tenido espontáneamente.
Y lo que veía se traduce en sus palabras: "Ya el hacha está en las raíces de los árboles". Pero también sabía que algo nuevo surgía. También profetizó la nueva mesiánica, la vida nueva resultante de un contenido espiritual nuevo, en el íntimo más profundo de cada ser humano. "Yo debo disminuir”, significa que esa fuerza dada por la naturaleza de crecer fuera de sí es que debe disminuir y “Él debe crecer” significa lo que no trae más fuerza espontánea. De este punto en adelante, la fogata del éxtasis se transformó en ofrenda, en sacrificio, en una señal de que el viejo Adán se sacrificaba, para que pudiera crecer y surgir un nuevo Adán.
Y como tal es necesario que también los festejos juninos se vuelvan cristianos. Un tiempo vendrá en que será fiesta de intensa elevación a dimensiones nuevamente cósmicas. Pero tenemos que empezar poco a poco. Si reflexionamos, veremos que el día 24, San Juan, ya no es el punto alto del verano en el hemisferio norte, invierno aquí en el sur, como lo era hace 2000 años, antes de las varias reformas de calendarios. Si pensamos también en las fiestas realizadas los fines de semana, antes y después del día 24 (que no es festivo), veremos que la distancia de la hora correcta de festejar el solsticio es muy grande y variable. Es importante, pues, saber que se trata de una época y no sólo de un cierto día.
De este modo vamos, entender que la época de San Juan es mucho más que la fiesta en que el cristianismo recibe su carácter cósmico, dado por la naturaleza. La fiesta en que esto se da es el ascenso de Cristo, pues es en esta que podemos entender que Cristo se une o se liga con todo el mundo terrestre. Tenemos el resucitado que transforma el antiguo, viejo cosmos en un cosmos nuevo, pues se unió a ella, transformándolo. (...) es el gran y desconocido misterio de la Ascensión: Cristo es Señor de los elementos: en el invierno (tierra se endurece, el agua se cristaliza) en la primavera (agua = la tierra ablanda, las plantas brotan) en el verano (fuego = el calor de la época) en el otoño (aire). Explicando: la tierra como un cuerpo de elementos, materiales vitales, de alma y espíritu. En la materia, el cuerpo físico, en todo fluido es su vida que fluye. Su respiración y el aire en que teje su alma. Y el calor que viene de tan lejos, de fuera de la esfera terrestre, nos deja adivinar una parte espiritual.
De la ascensión pasamos a Pentecostés cuando el ser humano, a través de su posibilidad de unirse con el resucitado, adquiere la capacidad de unirse también al nuevo cosmos. Al ser bautizado con agua, el Espíritu Santo vino para bautizar con lengua de fuego, recibimos la posibilidad de albergar en nuestra alma un cuerpo humano queda preparado para ser un receptáculo puro y limpio.
En esta época de San Juan podemos revivir la vida tan dramática y llena de puntos altos que tuvo Juan el Bautista. El 6 de enero bautizó a un ser humano que no reaccionó como lo habían hecho los demás, extasiándose: en él se dio por primera vez la vivienda de Cristo en un ser humano. Sucedió el inmenso milagro de Jesús Nazareno recibir la entidad del Cristo, un ente solar. El mayor representante del antiguo cosmos ayudó a una nueva entidad a llegar a la tierra, iniciando una nueva era.
Juan Bautista aún continuó en gran evidencia, pero pronto se inicia su vida de sacrificios: su destino se desarrolló y el gran bautizado es encarcelado y ya no puede ejercer su gran actividad. ¿Quién lo reemplaza? Los discípulos se convirtieron en discípulos de Jesucristo, pero todos se quedaron bien retraídos. Y sucedió entonces el trágico desenlace el 29 de agosto como nos dice la tradición en que la cabeza de Juan Bautista es traída al salón en que Herodes daba una fiesta.
Este fue el signo para buscar nuevos caminos y, 3 años después, llevaron al Misterio de la Muerte y Resurrección, de la Ascensión y Pentecostés.
Una ayuda para facilitar la comprensión de las palabras de Juan Bautista: "Debo disminuir, él debe crecer". Veamos que la Tierra en el otoño y en el invierno no se vuelve más pobre, no pierde lo que el verano trajo al exterior y la visión, lo que son bendiciones y regalos divinos. La Tierra absorbe, interioriza, haciendo todo su cuerpo, ella sí, incorpora todo. Y es en el otoño que los frutos maduros son ofrendas y regalos. "Necesito disminuir" sin hacerme pequeño y mezquino moralmente, debo tratar de traer dentro de mí lo que nos rodea espiritualmente. Esto con toda la modestia posible, trayendo la inmensa riqueza celestial para ser incorporada correctamente en mi forma humana. ¡No podemos haber perdido todo lo que, cuando niños, trajimos de inmenso y maravilloso en fuerzas celestiales para la tierra! ¡No perdemos esta riqueza al hacernos adultos! Sólo no sabemos qué hacer con ella y por eso ella se queda bien en el fondo, en los recónditos más profundos, en carne, huesos y sangre. Pero, podemos traerla a la superficie podemos trabajarla y descubrir nuevamente esta magia de la riqueza espiritual y celeste. Entonces: es de noche, cuando dormimos, que nos volvemos más grandes que nuestro cuerpo físico, y cuando estamos despiertos volvemos a los límites de este cuerpo; pero traemos con nosotros lo que nos fue regalado por los cielos nocturnos. Sólo que ya no sabemos aprovechar al día siguiente lo que hemos traído. El ser humano pequeño puede decir: "No yo, sino el Cristo en mí." Y cuando Juan el Bautista dice: "Él debe crecer, entendemos que debemos disminuir para que Cristo en nosotros pueda crecer y con Él también crece nuestro Yo superior. Vamos a pensar en la situación del bautismo del río Jordán. Juan Bautista con su enorme alma, y con ello el representante máximo de la humanidad antigua, no por el físico (a pesar de muchas veces, ser representado así), sino por todo lo que trae a su alrededor. Y viene alguien para ser bautizado, alguien que nació medio año después de haber nacido. Y es un ser humano completo, con sufrimiento y desavenencias que lo amargaran, haciéndolo más pequeño (pues esta amargura disminuye el ser). Entonces, este ser es pequeño y Juan el Bautista es tan inmenso. Pero al ser Jesús, bautizado por Juan, Jesús va a crecer y mucho. ¿Como así? Él crece inmensamente, porque el pequeño ser humano Jesús recibe al Cristo, una entidad solar. Jesús incorpora un contenido celestial infinito. Y así surge un nuevo concepto de tamaño, que no es lo que Juan el Bautista posee, dado espontáneamente por la naturaleza.
Por eso, el ser humano pequeño puede decir: "No yo, sino el Cristo en mí." Y cuando Juan el Bautista dice: "Él debe crecer”, entendemos que debemos disminuir para que Cristo en nosotros pueda crecer y con Él también crece nuestro Yo superior. Esta es la visión que debemos tener de la época festiva de San Juan: que de nuevo surja una grandeza en el ser humano. No esa grandeza atávica, sino aquella grandeza que puede surgir como una llama que calienta y purifica, nuestro interior. Lo contrario de ella, sería la llama trance o éxtasis que exterioriza al ser humano, lo deja fuera de sí. No es necesario esperar esta época de San Juan para intentar encender y atizar este fuego interior. A través de esa interiorización, podemos nuevamente tener inspiración: dejando atrás todo lo que fue como trance, (lo que antiguamente se considera como enriquecedor del alma), todo lo que fue heredado; "Debo disminuir" (quedarse pequeño, poner dentro de mí, absorber) para poder ser un ser humano despierto. Nuestra alma debe estar siempre de prontitud para poder interiorizarnos, dejar de buscar en el exterior riquezas, distracciones y pasatiempos.
Fuente: "El ciclo de las fiestas anuales" de Emil Bock. (Adaptación)